Alberto Núñez Feijóo
El año de Feijóo
«El horizonte se achica a doce meses cuya cuenta atrás ya se ha iniciado, y con la meta volante de las elecciones municipales y autonómicas de mayo»
No se deje engañar el lector por el titular de este artículo. No pretende sugerir que 2023 va a ser el año del éxito para el líder del PP. Será mucho más duro que eso: 2023 es el año que Feijóo tiene de margen para conseguir su objetivo de alcanzar la presidencia del Gobierno. Si no la consigue podría perderla para siempre.
La política de nuestro tiempo se desarrolla a una velocidad y con tal nivel de decibelios que es ahora o nunca. La sólida paciencia de antaño se ha gasificado, y ya no es fácil que un partido político, ni mucho menos la presión de su entorno, conceda más de una oportunidad para liderar un proyecto sin llevarlo al poder. Líderes anteriores –como Felipe González, Aznar o Rajoy– perdieron dos elecciones antes de llegar a La Moncloa. Hoy es difícil imaginar que a Feijóo se le den tantas oportunidades, ni que el propio interesado aspire a tal cosa si no gana las próximas generales.
Así, comprimidas las opciones –en plural– en una sola opción –en singular–, el horizonte se achica a doce meses cuya cuenta atrás ya se ha iniciado, y con la meta volante de las elecciones municipales y autonómicas de mayo, que serán una encuesta de la que los partidos podrán extraer interesantes conclusiones para las generales.
La tradición es que, cuando las municipales se celebran poco antes de las generales, el resultado de las primeras suele ser un anticipo del resultado de las segundas. Pero caben otras posibilidades. Por ejemplo, que las municipales y autonómicas se conviertan en un referéndum sobre el sanchismo, que el sanchismo lo pierda por el castigo de su propio electorado, pero que ese electorado se dé por satisfecho con el escarmiento de mayo y devuelva el voto a Pedro Sánchez en las generales. Esa sería la peor pesadilla para Feijóo, y es una opción que nadie debe descartar. La otra pesadilla de Feijóo se llama Vox. Porque perder las elecciones sería un fracaso. Pero ganarlas con una mayoría exigua que le obligue a gobernar con Abascal es un panorama inquietante. Mucho.
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