Opinión
¿De qué democracia y de qué valores morales hablamos?
Con la llegada de Sánchez al poder –asumido, que conviene recordar, con tan sólo 84 diputados y mediante una moción de censura para «regenerar e incrementar la calidad de nuestro sistema político en grave riesgo por la corrupción del PP»– desde la tribuna del Congreso hizo una rotunda apuesta y un serio compromiso por la «transparencia». Una vez en el Gobierno, ahora vemos el concepto que tiene de la tan reivindicada transparencia.
Un ejemplo es la reiterada negativa a suministrar información solicitada por diputados y senadores, entre otras diversas instancias legitimadas para ello, acogiéndose a que las peticiones que han realizado son sobre materia clasificada como «reservada o secreta», batiendo así todos los registros existentes con anterioridad, no en transparencia sino en oscurantismo. Otro ejemplo es el uso abusivo del Real Decreto Ley, con grave perjuicio para un debate sosegado y transparente, con una frecuencia de utilización nunca vista ni en Gobiernos populares ni socialistas.
Ahora tenemos un ejemplo más sobre su concepto de la transparencia, y éste paradigmático, con ocasión de la polémica surgida desde el Gobierno de CyL, que está siendo explotado por el sanchismo para desviar la atención de la patética chapuza de su ley de protección de las mujeres frente al maltrato, y otras polémicas que le acechan como la de la sedición y la malversación.
Para Sánchez resulta ser una muy grave pretensión la de ofrecer a la mujer que quiere abortar la posibilidad –siempre voluntaria– de visualizar claramente lo que lleva en su seno, que va a ser literalmente destruido con esa presunta «interrupción». Transparencia absoluta mediante ecografía 4D y latido vital, que para el sanchismo en pie de guerra, hay que evitar. Sin duda saben muy bien que es imposible no quedar impactado por la visión de un niño o una niña en gestación en el seno materno, y decidir a continuación eliminarlo. La experiencia lo confirma, y eso es lo que esos y esas abortistas quieren impedir, convirtiendo el aborto en un inexistente derecho, ahora elevado nada menos que a la categoría de «fundamental» en el requerimiento gubernamental sanchista.
En los regímenes totalitarios no se respeta ni la vida, ni la libertad, ni la dignidad humana. «La fortaleza de una democracia se sustenta en los valores morales que promueve», afirmó Juan Pablo II cuando se desmoronaba todo el imperio comunista de la URSS, hace ahora más de treinta años. Si el aborto es un derecho fundamental, ¿de qué valores morales y de qué democracia hablamos?
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