Guerra en Ucrania

El Becerro de Oro, la UE y Ucrania

«El problema es que los europeos somos caprichosos y preferimos que las guerras se desarrollen muy lejos de nuestras fronteras»

Todo el mundo conoce el famoso pasaje del Becerro de Oro que recoge la Biblia en el libro del Éxodo. Al margen de cualquier creencia, la Biblia es una obra fascinante en todos los terrenos. Por supuesto, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Los cristianos, judíos y musulmanes consideramos que es un producto de inspiración divina. El aspecto histórico y su verosimilitud, corroborada por la arqueología, la hace todavía más impresionante. No soy un experto. Me limito a ser uno de los lectores interesados por sus enseñanzas y que consideran que es un compendio de sabiduría. Por supuesto, ha sido utilizada para el mal, pero esa parte se la tenemos que atribuir a los hombres. El Becerro de Oro siempre me ha parecido un pasaje muy interesante. Moisés ha subido al monte Sinaí. El pueblo judío le pide a Aarón: «Anda, haznos un dios que vaya por delante de nosotros, pues a ese Moisés que nos sacó de Egipto no sabemos qué le ha pasado». El hermano mayor del profeta les pide el oro que tienen y fabrica la famosa imagen del Becerro de Oro. Entonces exclamaron: «Este es tu dios, Israel, el que te sacó de Egipto».

El Señor le dijo a Moisés: «Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios…». Moisés convenció a Dios, porque todo el pueblo no tenía que ser castigado por su idolatría, aunque cayeron tres mil hombres. Los seres humanos siempre acabamos idolatrando a becerros de oro. Es una constante histórica. Es parte de nuestra debilidad y el reto que deberíamos superar. En este caso, no persigo una referencia religiosa, sino la constatación de que el Becerro de Oro es, actualmente, el poder, la riqueza, la tecnología y el consumismo. Nuestro Dios es el hedonismo. Hay una tendencia irrefrenable a buscar el placer y el bienestar en todos los ámbitos de la vida. No hay duda de que Europa es el territorio más avanzado y rico del planeta, con un nivel excepcional de derechos y libertades, pero con unos valores morales bastante frágiles. Los conflictos bélicos enternecen nuestro corazón de nuevos ricos, pero es difícil que estemos dispuestos a aceptar los sacrificios que comporta luchar por la libertad y la democracia. Es lo que sucedió con la humillante derrota en Afganistán.

Al poco de finalizar ese conflicto, llegó la sorpresa, dicho irónicamente, de la invasión de Ucrania. Una guerra al lado de nuestras fronteras que fue acogida con el habitual fervor político y mediático. Hay que luchar contra el mal y defender al pueblo ucraniano. Lo comparto, pero la sociedad europea comienza a sufrir las consecuencias, aunque, como sucedió con la decadencia de Roma, estamos destinando recursos que no tenemos. Nos estamos endeudando de una forma espectacular para combatir, una vez más, a Rusia. En esta ocasión, no hay coste propio de vidas humanas para la Unión Europea y se trata solo de gastar dinero suministrando armamento, acogiendo a los refugiados y engordando la deuda pública para hacer frente a la crisis inflacionaria. Estados Unidos, la OTAN y la UE, que dieron grandes esperanzas a Ucrania, no quieren enfrentarse directamente a Putin. En este caso podemos recuperar la idea sobre la Segunda Guerra Mundial: no fueron solo Hitler, Mussolini o Tojo, ya que en este último caso se optó por la ficción de dejar fuera a Hirohito, el emperador japonés.

A los carros de combate Abrams y Leopard seguirán los aviones que reclama Zelenski, porque la escalada armamentística es imparable. No hay duda de que la democracia se defiende con las armas y el campo de batalla se encuentra en Ucrania. Las victorias en la Primera y la Segunda Guerra Mundial fueron gracias a los Estados Unidos, porque es bueno recordar cómo estaba el frente antes de la llegada de la Fuerza Expedicionaria al mando del general Pershing, en el primer caso, o la entrada en el conflicto tras Pearl Harbor, en el segundo. Las decadencias son generalmente lentas, aunque en algunos casos pueden ser rápidas, y la unión de Europa es más nominal que real. La opinión pública adora a su Becerro de Oro y no está dispuesta a asumir grandes sacrificios. Es el talón de Aquiles de los aliados. En este momento hay una posición firme, que me gustaría que durara, frente a la invasión, pero también se produjo en otros conflictos como la situación creada tras el 11-S.

El problema es que los europeos somos caprichosos y preferimos que las guerras se desarrollen muy lejos de nuestras fronteras, porque al final podemos hacer lo mismo que con Afganistán. El ritmo vertiginoso de la información hace que una noticia tape a la anterior y los afganos se han convertido en un recuerdo. A Estados Unidos le interesa debilitar a Rusia y entre todos hemos alquilado al ejército ucraniano para que haga la guerra que nosotros ni queremos ni podemos hacer. Es una realidad muy dura. La causa es justa y legítima. La agresión es injustificable, pero la Historia está llena de injusticias atroces. Todos esperamos que la tecnología, el Becerro de Oro que todos adoramos porque nos garantiza nuestro bienestar, permita derrotar al inquilino del Kremlin. El problema es que no somos los únicos que controlamos la tecnología militar. El optimismo desatado por el compromiso de enviar esos tanques resulta inquietante. Estamos menospreciando a un autócrata que no comparte nuestros principios y que ha mostrado una crueldad ilimitada, como aplicaron antes que él algunos zares y líderes de la URSS, desde que llegó a la presidencia de Rusia.

Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).