Cultura
Luz de noche
Los clásicos son muy grandes. Son siempre apuesta segura
La última vez que me hablaron de San Isidoro de Sevilla lo hizo un librero inglés estas navidades en Londres. Me comentó lo actuales que eran muchas de las percepciones que encontraba en sus escritos del siglo VII. Nadie en los últimos años me ha mencionado a ese autor en su propia tierra. Por eso resulta inevitable interrogarse sobre el tratamiento que le estamos dando a nuestros clásicos; incluso, más bien, a los clásicos en general. Babeamos ante el primer Stephen King que pasa y no nos detenemos a investigar si tenían mejor página sus equivalentes de otras épocas. Pienso, por ejemplo, en Dumas, un autor también de aventuras en el que, si prescindimos de sus superficiales tramas, encontramos muchas veces una riqueza léxica, una profundidad psicológica y unos análisis de motivaciones emocionales agudísimos.
Los clásicos son muy grandes. Son siempre apuesta segura, como un faro en la noche de los tiempos. Para compensar al vendedor de libros londinense y su pasión por nuestro Isidoro, yo me permitiré hoy recomendarles a las señoritas de Llangollen.
Eleanor Butler y Sarah Ponsonby vivieron juntas durante cincuenta años en el siglo XVIII. Huyeron de sus aristocráticas casas cargando pistolas y vestidas como hombres. Luego vivieron juntas tranquilamente durante medio siglo en Gales, leyendo mutuamente la una para la otra. Hoy que están de moda los estilos de vida indefinidos y alternativos hay que recordar que el suyo fue ya tan inusual en 1781 que gentes tan dispares como Wordsworth o Wellington gustaban de ir a visitarlas. Ellas se pasaban el día leyendo juntas. Lo cuenta Eleanor en su diario.
La lengua del siglo dieciocho es una delicia. Es sencilla y precisa, pero de una variedad léxica muy superior a la actual. Eleanor nos cuenta como leía Rousseau a su Sally mientras la lluvia galesa caía fuera. Preserva el momento con cuatro palabras: estricto retiro, sentimiento, deleite. No me digan que no es grande.
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