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El buen salvaje

El amor en los tiempos de Vargas Llosa e Isabel Preysler

No veo esos textos desde una perspectiva literaria, digamos que no es su fuerte, aunque cualquiera de ellos es mejor que un libro de García Montero

Invoco el fantasma de Vargas Llosa a pocos días de celebrar a todos los difuntos. He elegido un título que le haría revolverse allá donde esté por el guiño a una novela de García Márquez, su envés, el otro machito de este corral de comedias. Por ahora no da señales de muerte. Quisiera preguntarle por las cartas de amor que escribió a su amada Isabel, que ésta reproduce en sus memorias y que han sido escrutadas de tal manera que pareciera que le iban a retirar el Nobel a título póstumo porque no alcanzaban la «complejidad» de las que escribiera, por ejemplo, Neruda a Matilde Urrutia («No sé si te quiero pero te quiero»). En fin, ya me dirán. El amor escrito o es sublime o es tontorrón, pus de un grano adolescente. El amor nos vuelve cómicamente en idiotas y trágicamente en suicidas en vida.

La polémica Vargas tiene que ver con la destinataria y el interés que suscitó aquella relación entre el señor de la pichula y la señora con fama de embrujar a los hombres. Si fuesen dirigidas a Patricia Llosa o a Susan Sontag, un poner, no habría caso. Morbo cero. Tampoco el libro que recoge las misivas estaría en el número uno de los más vendidos de no ficción: ahí se colocó desde el pasado miércoles, día de su lanzamiento. Preysler compitiendo en las listas de ventas con la ayuda de Vargas.

No veo esos textos desde una perspectiva literaria, digamos que no es su fuerte, aunque cualquiera de ellos es mejor que un libro de García Montero, sino como parte de la biografía de un maestro que nos deja un rastro de su vida, como aquel Lorca que escribía a su madre Vicenta, no precisamente con la hondura de los «Sonetos del amor oscuro» («Amor de mis entrañas, viva muerte, en vano espero tu palabra escrita»), pero con la delicadeza debida y la prosa cuidada y dulce de un pionono.

Nos intriga meternos en la alcoba de la pareja Llosa-Preysler cuando el escritor dice: «Esta noche me reuniré contigo y te diré cosas hermosas y dulces al oído mientras te hago el amor» o imaginar a un hombre de más de ochenta años cuando escribe: «Me moría de ganas de acercarme y besarte en el cuello y abrazarte por la cintura, pero no lo hice para no destruir ese maravilloso espectáculo que es verte caminar».

Si cualquier dibujito marinero de Alberti (¡Gaviota, gaviota!, Dios, aquel melenudo) encuentra comprador en una subasta, qué decir de las palabras casi testamentarias de un amante enrarecido en su última aventura. Hay más cartas, claro. Invocaremos a Preysler para saber si verán la luz.