El canto del cuco

«Antisanchismo»

Las principales figuras del socialismo español tampoco se reconocen en el «sanchismo», que consideran una falsificación del PSOE histórico

El «antisanchismo» se ha convertido en la ideología dominante en España. No se reduce al comprensible deseo de la oposición de desalojar en las próximas elecciones al presidente Sánchez de La Moncloa. Eso ya ocurrió con sus antecesores. Adolfo Suárez y Felipe González experimentaron en sus carnes ataques despiadados al final de sus respectivos mandatos. Tampoco Aznar y Zapatero se libraron de feroces críticas bien orquestadas desde distintos frentes. Pero hasta ahora todo se reducía a la legítima, aunque fuera encarnizada, lucha por la alternancia, dejando aparte la ideología de cada uno: el centrismo, el socialismo o el liberalismo conservador. Eso nadie lo ponía en cuestión o no era lo determinante.

El «antisanchismo» va directamente contra la doctrina política que representa el «sanchismo»: una conjunción de socialismo y comunismo, fórmula desechada hace tiempo en Europa, que funciona, para más inri, con el apoyo de los nacionalismos separatistas de la periferia, todo adobado con unas gotas de populismo peronista o caribeño. Un experimento tercermundista, que muchos consideran anticuado y peligroso. Todo ese conglomerado, que los maliciosos llaman «Frankenstein», se presenta con el equívoco nombre de «progresismo». Además de este entramado de alianzas, el «sanchismo» exhibe un laicismo militante y un antiliberalismo de libro, y se mueve en torno a la ideología de género: feminismo, «sí es sí», «trans», aborto, eutanasia, etcétera. Es, en resumidas cuentas, una forma de hacer política, en la que el fin justifica los medios, se impone desde el Gobierno un interesado relato de la Historia, se incumplen los grandes compromisos electorales y se intenta, con desprecio de la oposición, apoderarse y controlar las principales instituciones del Estado. Todo ello con una insoportable altanería, fundada en la falsa superioridad moral de la izquierda, y un uso abusivo de los bienes del Estado, con el Falcon como símbolo popular de esos abusos.

Eso explica que Alberto Núñez Feijóo haya proclamado desde la tribuna del Senado su propósito de «derogar el sanchismo» cuando llegue al poder. O sea, sus leyes principales y su forma de hacer política. El «antisanchismo» es un fenómeno político nuevo y amplio. No se reduce a la lógica oposición de la derecha, agudizada a medida que se acercan las elecciones, con la colaboración de los medios de comunicación cercanos. Va mucho más allá. Encuentra eco silencioso en las principales instituciones del Estado y de la sociedad, que desean superar cuanto antes esta etapa política, y se manifiesta ruidosamente en la calle contra el protagonista. Lo más significativo es que las principales figuras del socialismo español tampoco se reconocen en el «sanchismo», que consideran una falsificación del PSOE histórico.