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Editorial

El apagón pasa una factura merecida

Así que los españoles no compraron que el apagón fuera una fiesta, un incordio, una oportunidad y aún menos algo propio del primer mundo, sino el drama y la chapuza tercermundista que costó vidas por lo que deben responder

Han pasado dos semanas del gran apagón que nos devolvió a la España en blanco y negro. Pedro Sánchez acumula un nutrido balance de hitos negativos en estos siete años al frente de los destinos del país, pero ese fundido a negro en energía y comunicaciones sin saber qué, cómo y por qué será ampliamente recordado dentro y fuera de nuestras fronteras. Es lógico. España se convirtió entonces en el primer país que se queda sin luz en prácticamente todo su territorio, a excepción de las islas y las ciudades autónomas. En esto también ha sido un referente de la debacle. Como en todas las desgracias previas, Moncloa se volcó en lo que mejor sabe hacer que es armar un relato que ocultara su responsabilidad, señalara culpables ajenos y condenara a la ciudadanía al limbo de la desinformación y la opacidad. Hay que recordar ahora las seis horas de incomparecencia del presidente y, lo que fue peor todavía, sus comparecencias para cumplir el expediente que alimentaron la inseguridad y la incertidumbre. Una quincena de días después, seguimos como estábamos. No sabemos nada ni nadie de esta administración ha dado una sola explicación, sino al contrario. Se ha convocado a la ciudadanía para una labor de meses, lo que impide, claro, ahondar en el escándalo salvo para condenar a la energía nuclear, la oposición, los operadores privados y los ultrarricos. En ninguna democracia sería y plena se habría dado este ejercicio de escapismo grosero y escandaloso de los dirigentes públicos en circunstancias tan graves y calamitosas. Al contrario, habría explicaciones urgentes y rendición de responsabilidades. El sanchismo no conjuga esos códigos y abomina de las convenciones de un estado de derecho. Ni luz ni taquígrafos ni verdad resumen el ejercicio pavoroso de un despotismo al que mueve y le condiciona salvar el poder. Y, sin embargo, nada dura para siempre, ni siquiera esa estrategia del relato que Sánchez ha manejado con machacona y grosera insistencia. Es posible que una mentira mil veces repetida ya no se convierta en verdad y que el hastío provocado por el peor y más inmoral gobierno de la democracia reciba la respuesta popular que merece. La encuesta que publicamos hoy a propósito del apagón y la gestión del Ejecutivo es clarificadora en cuanto a la reprobación abrumadora de los españoles. No confían en la versión del Gobierno sobre lo acontecido aquel día (61,7%) ni inspira confianza (63,2%). Ese estado de ánimo señala el descrédito del presidente en el 67,5% de los sondeados y de un gobierno que consideran débil y en crisis. Resulta elocuente sobre la deriva del sentir de la gente que el 15% de los votantes socialistas comparta este enfoque crítico. Así que los españoles no compraron que el apagón fuera una fiesta, un incordio, una oportunidad y aún menos algo propio del primer mundo, sino el drama y la chapuza tercermundista que costó vidas por lo que deben responder.