
Tribuna
Aranceles: daños colaterales
Imagino también cómo lo viven en el frente los soldados ucranianos. Me asegura quien vive cerca de ellos: «Esta gente no se rendirá»

Damos por asumido el caótico momento económico que vivimos, tras las medidas adoptadas por Trump sobre aranceles, impuestos a amigos y enemigos. Días negros en Wall Street; el Ibex pierde un 6% rumbo quizás a una posible recesión; el Brent por debajo de los 68 dólares por primera vez desde 2011; el West Texas (WTI), el combustible más usado en USA, a 66; la OPEP incrementa su producción a partir de mayo en 411.000 barriles al día; baja hasta el precio del oro, «el valor refugio». Por nuestra parte, Banco Sabadell pierde más de un 12%, lo que hubiera sido una alegría para el acecho hostil del BBVA, pero este también pierde un 11%. Los demás bancos rondando pérdidas del 10%. El BCE recorta previsiones de crecimiento y apunta un riesgo al alza de la inflación. ¡El caos, el miedo, la incertidumbre se apoderan de nuestras vidas!
Para consolarnos, leemos: «Los más ricos perdieron 208.000 millones». Mark Zuckerberg, 17.900; Bezos 15.900; Elon Musk «solo» 11.000, pero desde la llegada de su amigo Trump lleva perdidos 600.000.
Pero para los pequeños ahorradores, para los que ni siquiera pueden ahorrar y viven del «mes que viene» que permiten las tarjetas de crédito, lo que esperan resignados son subidas generalizadas de precios, menor capacidad de adquisición o alquiler de vivienda. Y para otros muchos, repartidos por medio mundo, solo les queda confiar en el Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas o en algunas misiones u ONG. Porque lo que les acecha, sin saber dónde está Wall Street, es el hambre. Y no ven más alternativa que la patera y cruzar mares.
Una generación que ya vivimos una semejante «voladura controlada del sistema financiero» como fue el «Nixon Shock» de 1971, la primera gran crisis de nuestro tiempo; afrontamos sus consecuencias en misiones llamadas de paz, en Namibia, Angola, Mozambique, Nicaragua, El Salvador, Guatemala e incluso en Bosnia, donde por lo menos Naciones Unidas se preocupó por sus refugiados y desplazados y en levantar los campos de minas sembrados por los movimientos revolucionarios que nacieron con la crisis. Pero en otros lugares, ni siquiera esto: murieron simplemente de inacción y hambre.
De las otras crisis, la gran recesión de 2008 y la pandemia de 2020, salimos a trancas y barrancas, pero con consecuencias sociales traumáticas: miles de empleos destruidos, crisis políticas y dudas sobre la calidad de nuestro sistema sanitario. Saltó por los aires el sistema de partidos y se puso en marcha un serio intento de secesión en España. La confianza de los ciudadanos en su sistema político se desplomó y llegaron con fuerza populismos de recorrido incierto, pero que sembraron la confusión con la que aún convivimos. Tengo claro, que hoy, el taxista de 18 horas de trabajo diario, cuyo padre, también con esfuerzo, tuvo la posibilidad de adquirir un piso en Vallecas e incluso un apartamento en Benidorm, no podrá repetir el modelo. Los políticos actuales le contarán cien milongas e intentarán convencerle de que la culpa la tiene el Valle de los Caídos.
Pero hay otra gran perdedora. Nuestra seguridad. Si repasan la prensa de estos días, el tema Ucrania, el Libro Blanco de la Defensa Europea, incluso la latente crisis de Oriente Próximo (Irán, Hamás, Hizbulá, los hutíes) han pasado a segundo plano. Un sensato ministro de Defensa italiano –Guido Grosetto– nos lo recuerda: «Está claro que los aranceles tendrán un efecto en todas las economías, incluida la estadounidense; pero tenemos que pensar en respuestas selectivas que no sean represalias que desencadenen una espiral sin fin». «La Alianza defensiva con EE.UU. no debe romperse, tanto en el plano económico como en el de seguridad mutua». «Para un estado democrático, la Defensa es como la salud para una familia: primaria, básica. Sin ella, el resto corre el riesgo de no existir». Y resume sus temores: «No solo es que no estemos preparados para lo que pueda ocurrir, sino que quizás no tengamos tiempo para hacerlo». Lo condiciona a una Europa que debe reaccionar unida, eliminando normas y gravámenes innecesarios.
Este es el reto hoy: doble frente para Europa, el económico y el de la seguridad.
Imagino también cómo lo viven en el frente los soldados ucranianos. Me asegura quien vive cerca de ellos: «Esta gente no se rendirá». Mantienen una buena moral, al considerarse actualmente «el Ejército más potente de Europa». Esta Europa que no puede abandonarles, sea cual sea la dimensión de la crisis económica; como tampoco pueden consentirlo las sensatas mentes que hay en Estados Unidos, por encima de la de un iluminado que iba a conseguir la paz con Putin en pocos días.
Son nuestros retos, pero en muchos sentidos, también son los de la Humanidad.
Luis Alejandre Sintes. General (r). Academia de las Artes y Ciencias Militares.
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