El bisturí

¿Se atreverán Montero y Belarra a manifestarse el 8-M?

La respuesta a las denuncias de abusos fueron silencios y más silencios

La izquierda y la ultraizquierda no pasarán precisamente a la historia por la solidez de sus convicciones ni por la firmeza de sus principios. La doble moral de la que suelen hacer gala varios de sus dirigentes, lindante con el fariseísmo, les ha llevado, por ejemplo, a proclamar a los cuatro vientos su aversión a los ricos, a erigirse en defensores de la sanidad y la educación públicas, y a denunciar la violencia sexual contra las mujeres, pero a las primeras de cambio tienden a rodearse de lujosas posesiones y a prodigarse en viajes suntuosos, a acudir raudos a la sanidad privada para tratarse de sus dolencias, a llevar a sus hijos a los mejores colegios y universidades de pago, y a convertirse en depredadores sexuales ejerciendo de esos machos alfa a los que tanto dicen despreciar. Desde luego, su virtud no es predicar con el ejemplo ni aplicarse a sí mismos las máximas que con tanto ahínco y pedagogía pregonan para los demás. El escándalo silenciado convenientemente por Podemos –hasta que fue destapado la semana pasada– en torno a uno de sus fundadores, Juan Carlos Monedero, al que la Universidad Complutense ha abierto una investigación por acoso sexual tras la denuncia de una alumna, es solo la punta del iceberg de un cúmulo de casos que no son ni aislados, ni anecdóticos ni, por supuesto, intrascendentes. «Manoseos» y «tocamientos en cintura o trasero» eran, al parecer, algunos de los alardes sexuales de este preboste con ínfulas de intelectual que trae ahora por la calle de la amargura a Ione Belarra, que no sabe ya dónde meterse.

Esa falsa moral del «consejos vendo que para mí no tengo» y de mirar hacia otro lado cuando el que es cogido en un renuncio es uno de los nuestros golpea por igual al partido fundado por Pablo Iglesias, a Sumar y Más Madrid, y al PSOE, formación experta en estas lides sexuales si nos atenemos a lo sucedido a raíz de los ERES de Andalucía o a las denuncias que sobrevuelan sobre el que era su todopoderoso secretario de Organización, José Luis Ábalos, sin olvidar, por supuesto, al Tito Berni, el diputado al que le podía su «pulsión» por recibir servicios sexuales, según le achacó la Policía. La situación es la siguiente: mientras Irene Montero, Belarra y más dirigentes de la ultraizquierda y el PSOE arremetían contra el heteropatriarcado y los macromachismos, y esgrimían la necesidad de aprobar la ley del solo sí es sí, algunos próceres ideológicos como el citado Monedero y el ya defenestrado Íñigo Errejón intentaban ir de flor en flor, violentando, por lo que ha trascendido, a toda la que se resistía a sus encantos. Mientras todas aseguraban ufanas la necesidad de combatir la lacra de la prostitución y arremetían al unísono contra Rubiales por su famoso pico, los jaguares sexuales campaban a sus anchas por el interior de sus partidos sin que se escuchara una queja en público sobre la cosificación a la que supuestamente sometían a las mujeres. La respuesta a las denuncias fueron silencios y más silencios, por más que ahora se trata de asegurar que se actuó en consecuencia abriendo investigaciones y apartando de la primera línea a los acusados. ¿Tendrán bemoles estas dirigentes para encabezar este año las manifestaciones del 8-M? Lo harán, que a nadie le quepa la menor duda. Cuando no hay moral, tampoco cabe la vergüenza.