Eleuteria

Cargos y fondos

Todo el proceso de negociación entre Podemos y Sumar ha girado sólo en torno al reparto de los cargos públicos y los fondos públicos

Cuando nació Podemos sobre las cenizas del llamado «espíritu del 15-M», lo que se nos decía es que la verdadera izquierda, a diferencia de lo que ocurría con la casta, se preocupaba por los intereses de «la gente», del «pueblo», de la «mayoría social».

Casi una década después de la emergencia de los morados, debería resultar muy evidente para cualquiera con dos dedos de frente que todo ese discurso no era más que propaganda dirigida a manipular y camelar a las masas. No en vano, todo el proceso de negociación entre los hijos de aquel primer Podemos –a saber, el actual Podemos de Belarra, Más Madrid, Compromís y Comuns– para refundirse en un nuevo caparazón llamado Sumar ha girado sólo en torno a dos temas muy importantes para los intereses de los partidos políticos pero poco relevantes para el resto de la población: los cargos públicos y los fondos públicos.

De lo que no se ha hablado en absoluto durante estos días es sobre cuáles son las diferencias programáticas entre esas formaciones políticas –y sobre cómo reconciliarlas– respecto al modo de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos: sólo se ha discutido si tal o cual político ha de ocupar tal o cual posición dentro de las listas electorales (para tener asegurado un puestecito) y sobre qué parte de las subvenciones públicas que recibirá Sumar le corresponden a cada uno de sus integrantes. Es decir, no se ha hablado nada sobre los intereses de la gente y sí mucho sobre los intereses de la casta: de su casta. Incluso hemos tenido que asistir a la tan deplorable escena de potenciales aliados políticos acusándose mutuamente entre sí de mentir sobre el contenido secreto de unas negociaciones que hace una década nos aseguraban que debían producirse fuera de los despachos y bajo luz y taquígrafos.

En definitiva, nunca crean a los políticos cuando nos aseguran que piensan en nosotros y no en ellos: los partidos son máquinas organizadas para conquistar el poder y, por tanto, no pueden desentenderse del reparto de los cargos y de los fondos públicos. Tan sólo se nos intentan presentar como formaciones abnegadas y desinteresadas para que les entreguemos ingenuamente nuestro voto y, por esa vía, alcanzar su único y auténtico propósito: el poder.