Los puntos sobre las íes
Carvajal, esto te pasa por no besarle la mano
No le es ajeno el hecho de que Pedro Sánchez tildó de «piolines» a los policías que enviaron a Cataluña el 1-O
Corea del Norte y Marruecos no son precisamente dos democracias sino más bien dos dictaduras, más sangrienta la primera que la segunda, pero dictaduras al fin y al cabo las dos. Y ambas se han eternizado por un culto al líder que tiene su razón de ser en el miedo que meten en el cuerpo de sus administrados. Pobre del que no se rompa las garras aplaudiendo a Kim Jong-un o no le bese la mano porque cuenta con todos los boletos para acabar encerrado con una jauría de perros que lo despedazará a modo y manera. Así acaba el tirano gordinflas con los versos sueltos. Marruecos es algo más benévolo con sus súbditos, que no ciudadanos, aunque es obligatorio posar tus labios en el dorso de la mano del Comendador de los Creyentes, Mohamed VI. Lo mismo sucede con los capos de la mafia, que cada vez que se topan con un subordinado, desde el consigliere hasta el último mono, extienden la pezuña para que la soben convenientemente. Es lo que en la Edad Media se dio en llamar «osculum fidelitatis», un beso de fidelidad, el gesto con el que un vasallo reconocía la dependencia de su señor.
Dani Carvajal se pensaba que vivíamos en una democracia pero entre tanto y tanto título se ha debido perder la degeneración de un país que es ya una autocracia con todas las letras. Por eso el lunes, infeliz de él, decidió saludar a Pedro Sánchez como le dio la realísima gana, es decir, estrechando su zarpa pero sin mirarle a la cara. Algo parecido a lo que hizo un Lamine Yamal que está hasta donde todos ustedes imaginan de que la izquierda lo haya utilizado vilmente para su parvularia propaganda. La mayor de las imbecilidades al respecto se la escuché a un Salvador Illa que demostró carecer del más elemental sentido del ridículo cuando apuntó que cada tanto del 19 de La Roja era «un gol a la ultraderecha». Una ultraderecha que debe ser Vox, partido por cierto cuyo secretario general es Ignacio Garriga, para más señas mulato y cuya madre comparte nacionalidad ecuatoguineana con la de la nueva estrella del Barça.
A Dani Carvajal le cayó la del pulpo por parte de la chusmita izquierdosa: «facha» es lo más suave que le llamaron y «ultraderechista», «nazi», «niñato» y ese «fascista» que nunca falta en la boca de un progre lo más heavy. Lo de niñato es ciertamente gracioso porque en enero cumplió 32 castañas. El mejor lateral derecho del mundo, siete veces campeón de Europa, seis con el Madrid, una con la selección, ejerció su legitimísimo derecho a saludar gélidamente al maridito de Begoña Gómez por una elemental razón que no se le debe escapar a nadie: su padre es policía. Como buen hijo, tiene muy presente que este susceptible presidente del Gobierno es el que ha pactado con los terroristas que asesinaron a 180 compañeros de su padre. Y, a él, como buen español, no le es ajeno el hecho de que Pedro Sánchez tildó de «piolines» a los agentes que fueron a defender la legalidad y la unidad de España durante el proceso sedicioso de 2017.
Que son una panda de peligrosos sicilianos lo certifica más allá de toda duda razonable la investigación abierta por El País y Cinco Días al jugador cuando ni siquiera habían pasado 24 horas de un saludo que aplaudimos millones de españoles. Querido Dani, el linchamiento, y la inspección de Hacienda que te van a meter, te los habrías ahorrado de haber hecho lo que es normal en una autocracia: besar la mano al caudillo.
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