Enrique López
¿«Quo vadis», Europa?
Ayer hemos conocido una sentencia del Tribunal Europeo que ha cuestionado el canon digital con cargo a los presupuestos, y al margen de sus consecuencias, lo que pone de manifiesto es la importancia de este Alto Tribunal en aspectos que van mucho más allá de lo que es el marco político-constitucional de la Unión Europea. Una Unión Europea seriamente amenazada por lo que ocurra en el referéndum sobre el mantenimiento en su seno de Gran Bretaña, referéndum en el que el resto de europeos nos jugamos mucho, puesto que hay un resultado muy malo, que gane el sí a la salida, y un resultado menos malo, que gane el no, y ello a costa de que la Gran Bretaña se mantenga en la Unión con un estatuto especial y privilegiado que hace a los demás países de peor condición. Es como si fuese la parábola del hijo prodigo, pero en la que éste no abandona el hogar, amaga con irse, y para que esto no ocurra se le establece un estatuto especial para que se quede en casa. La pregunta es si habrá que celebrar un banquete si deciden los británicos quedarse y, sobre todo, quién lo tiene que pagar: el hijo casi-pródigo o los abnegados cumplidores del modelo de la Unión. Pero tampoco hay que llamarse a engaño, Gran Bretaña ya decidió hace tiempo no entrar en la unión monetaria, y esto hace inviable una tan ansiada unión política de verdad. Además existe una serie de graves problemas como son la peor crisis migratoria desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la latente amenaza del terrorismo yihadista, la creciente acogida del euroescepticismo a raíz de una pérdida de confianza en la sociedad y la lenta reactivación de la economía. Y, como colofón, los conflictos que surgen de la propia dimensión institucional de la Unión, donde el Parlamento, legitimado por su elección democrática, no se erige en el máximo órgano legislativo, y la Comisión, que, al carecer de esta legitimación y compartir la responsabilidad legislativa, a veces sobreactúa respecto al Parlamento europeo, provocando problemas, que, si bien pasan inadvertidos por la lejanía social y mediática de las instituciones, existen. El panorama no puede ser mas desolador, pero, a pesar de ello, es tanto el esfuerzo político, intelectual y sobre todo económico realizado que hay que seguir apostando por la Unión. Ahora bien, la cuestión es si al fin se debe imponer o no la Unión a dos velocidades tantas veces citada y denostada, reconociendo que la ultima ampliación ha generado más problemas de los que ha solucionado, más allá de agrandar el espacio económico y de justicia, mientras que está imposibilitando la verdadera unión política de una seudoconfederación que debería ser de menor tamaño, y donde surge la necesidad de avanzar hacia la unión bancaria, de la supervisión de los bancos a nivel europeo, de la unión fiscal y de reformas de fondo junto con la democratización y legitimidad de la zona euro. Y, por último, recordar la famosa frase de Jean Monet: «Nosotros no coligamos estados, nosotros unimos a las personas».
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