José María Marco

1914-2014. Lapsus histórico

Los símbolos elevan la realidad algunos palmos por encima del suelo, y por eso gustan, en general, a los seres humanos. Los nacionalistas los adoran, porque permiten revestir su proyecto de una apariencia noble y generosa. No siempre aciertan en la elección, sin embargo, y entre los menos afortunados están los (dan ganas de decir «pobres») nacionalistas catalanes. La Diada conmemora una derrota, aunque no sea la derrota con la que se estremecen de gusto quienes la celebran. El Fútbol Club Barcelona, convertido en símbolo político nacional, está pasando por toda clase de problemas, aparte de los deportivos. Uno de los más hermosos edificios de Barcelona, que los tiene tan bellos, es el Palau de la Música catalana, que también se ha visto envuelto en escándalos de corrupción. Y ahora resulta que el icono del nacionalismo catalán actual llevaba defraudando a Hacienda y cobrando comisiones fraudulentas más de treinta años.

Tampoco han estado muy afortunados en la elección del año en el que quieren sacar adelante su plebiscito. Así lo estamos comprobando estos días, como volveremos a hacerlo el 9 de noviembre, cuando falten dos para el aniversario del armisticio que puso punto final a la Guerra cuyo centenario se está celebrando ahora. Elegir el año 2014 para celebrar un referéndum de autodeterminación significa, efectivamente, indicar a todo el mundo, y en particular a los gobiernos y la opinión pública de los países de la Unión Europea, que se está dispuesto a volver a poner el reloj en el momento en el que los nacionalismos iban a provocar la mayor matanza, el mayor desastre que la humanidad había conocido hasta entonces.

En la democracia española, los nacionalismos (salvo el español, que dejó de existir hace mucho tiempo) han sido considerados elementos de progreso. Es un error de perspectiva sorprendente, porque los nacionalismos son movimientos revolucionarios cuyo objetivo es acabar con la nación liberal y democrática. La izquierda o la derecha importan poco en este asunto. Lo importante es otra cosa: crear la unanimidad, y levantar una nueva divinidad, la nación nacionalista, insaciable en los sacrificios que pedirá. De ahí la famosa frase de Mitterrand según la cual el nacionalismo es la guerra. Así es, y reivindicar un proceso nacionalista cuando la Unión Europea, construida contra el nacionalismo, pasa por un momento delicado y la crisis económica ha amenazado con poner en cuestión los fundamentos mismos del Estado de Bienestar es una irresponsabilidad que la elección de 2014 refleja con una claridad casi insoportable. Hay lapsus que matan.