María José Navarro

Abisal

Hoy, cuando Vds. se estén levantando, será tardísimo. Será una hora más tarde de lo normal, una más tarde de lo habitual, no tendrán hambre cuando haya que comer y se les hará el domingo corto, chico y famélico. Hoy, además, tendrán que ver, leer y escuchar todos esos reportajes tan sumamente previsibles y tópicos acerca de cómo afecta a nuestro organismo la bromita, adornado con un montón de opiniones de sesudos especialistas capaces de opinar de lo que cuesta acostumbrarse al cuerpo y de lo bueno que es para la economía. A medida que cumplo años, entiendo más lo primero y menos lo segundo. El horario de verano, dicen, nos permite ganar hasta ciento treinta y cinco horas de luz y unos cuantos millones de euros, aunque se deben haber olvidado de los que curramos en lugares donde da lo mismo lo que pase fuera porque lo nuestro es bombilla pura y dura desde que llegamos por la mañana. Lo mismo me va a dar esto que lo de anteayer: soy abisal. Así me va la cosa en gafas, cada vez más gordas. Eso debe ser también lo que le pasa a Cristóbal Montoro, que no hay manera de que el hombre logre pisar la superficie en la que las cosas se ven claramente. No creo que su despacho se encuentre en un búnker a cientos de metros bajo la tierra, no creo. No creo que no tenga oportunidad de graduarse bien las gafas o acudir a una óptica buena, no creo, no. No creo que sea capaz de mirar a los ojitos a la gente de Cáritas para decirles que no son ciertos los datos. No. A estas alturas debe ser cuestión de luces.