Martín Prieto

Abortar el voto

Probablemente será Texas el último Estado de la Unión en abolir la pena capital, pero los texanos cometerían un error de criterio si en función de esa circunstancia condicionaran su voto a Gobernador republicano o demócrata (o su abstención) haciendo del necesario abolicionismo un péndulo electoral. Entre nosotros quienes defienden el derecho a la vida sin limitaciones sostuvieron su razón moral sin que pudiera dejarles indiferentes la ley del aborto de Felipe González con un supuesto que se convirtió en franquicia en vez de aduana, pero aquella interrupción del embarazo se convirtió en una de esas dolencias crónicas de las que no se discuten porque siempre te acabas muriendo de otra cosa. La tómbola sociológica de Zapatero vino después a despertar el problema durmiente encargando a la mentalista Aído un negocio carnicero potestativo desde los 16 años. Un ginecólogo recibió a una niña solicitando un legrado y tras reconocerla le informó que gozaba de una salud perfecta. «¿Y mi embarazo?»/ «Señorita, yo soy médico, y el embarazo no es una enfermedad». Tierno Galván fue un cínico de la escuela de Diógenes y advertía que los programas electorales servían para no cumplirlos; la realidad es que sólo son indicativos y nunca las Tablas de la Ley. Si el Gobierno Rajoy hubiera bajado los impuestos como quería hoy estaríamos tan haraposos como Grecia, de la misma forma que en un encomiable empeño por no gravar con más querellas a la sociedad ha trocado una nueva ley de aborto prometida por la reforma del desaguisado de Bibí que ignoraba a que especie pertenecía el cigoto de una mujer. Con la dimisión de Gallardón no quedan las cosas como estaban, y el nuevo ministro de Justicia tiene como tarea principal limar las atrocidades sanitarias, sociológicas, biológicas y antropológicas del sueño de la razón de Zapatero. La entendible apelación de los provida a no votar al PP, en puertas de un hipotético frente de izquierdas, es no comer el rancho para que se fastidie el sargento.