Francisco Nieva

Alta educación de derechas

Yo he pertenecido, por vínculo matrimonial en Francia, a una familia hugonota rica, influyente y muy conservadora. Un primo político, llamado Clemente, se convirtió en mi mentor, advirtiéndome con tiempo de lo que «estaba bien o mal en nuestro ambiente». Por ejemplo: nunca fumar delante de una mujer sin haberle pedido permiso antes y tratar de usted a la propia esposa era de lo más elegante.

En cuestión de indumentaria, un esmoquin viejo, gastado y con coderas era más elegante que uno nuevo y entallado, a la moda italiana. Y, de diario, un tweed escocés en una chaqueta de sport, colgona y deformada por la costumbre, era de lo más correcto en un «chico bien». Un perfecto caballero se deja vestir por su sastre –de cierto renombre, por supuesto, y con una reputada clientela–. Un buen peluquero y asesor de imagen también decide de su aspecto físico. Mucho cuidado con las marcas. Preferible siempre una prenda pasada de moda a cualquier otra cosa que se venda mucho en los almacenes.

Un «chico bien» y de derechas imita a sus abuelos, nunca toma postre en las comidas, si acaso una pera con queso. Renuncia a un postre dulce, que es lo preferido por las damas, se levanta antes de que lo sirvan y se dirige a un «fumour» para caballeros, a tomar el café, acompañado por un cognac o whisky bien secos. Las señoras y las jóvenes hacían siempre rancho aparte, degustando golosinas y hablando mal del servicio. Esto era lo correcto y lo elegante.

De practicar la cultura social del regalo, a una chica Rothchild no se le puede regalar cualquier cosa, nada de ramilletes campestres, sino gordas y frescas rosas, a tanto la pieza, camelias u orquídeas algo monstruosas. Y sólo como complemento de un principal regalo, bien meditado y personificado, que sea un testimonio de haber comprendido en su intimidad espiritual a la interfecta. Por lo cual, mi primo Clemente no dejaba de rebuscar en anticuarios y chamarileros la «pieza única» y oportuna, que acarrease un franco agradecimiento por parte de la joven. Un quebradero de cabeza muy corriente entre caballeros elegantes. Yo consideraba que pertenecer a una familia como aquélla era como vivir en un tubo, con una faja permanente.

Ser un perfecto caballero de derechas era un sacrificio imposible para mí, por lo que hace muchos años que he renunciado a ser elegante.