Alfonso Ussía
Antitaurinos
Los antitaurinos tienen algo de los incipientes pacifistas que se camuflaron en la paz cuando se derrumbó el muro de Berlín. Unos se escudaron en un pacifismo vacío, y otros en el feminismo radical y el ecologismo sandía. Se manifestaron los pacifistas y al día siguiente, los titulares de los periódicos contribuyeron a la confusión. «Manifestación pacifista en Madrid. Más de 30 policías antidisturbios heridos».
Los antitaurinos, defensores a ultranza de los animales y en su mayoría consumidores de chuletas, solomillos, cigalas y atunes, se reúnen en las proximididades de las plazas de toros para llamar «asesinos» a los aficionados. Son verbalmente violentos y radicales intolerantes. Defienden al toro bravo. La mejor defensa del toro bravo es la existencia de festejos taurinos. El toro de lidia, esa maravilla de la dehesa, la ganadería y el laboratorio, no existiría sin la Fiesta. No merece la pena volver a relacionarles lo que significa para la cultura universal la Fiesta. Poesía, Pintura, Música, Escultura, Novela, Cine... No hay que limitarse a Fernando Villalón, Alberti, Goya, Picasso, Falla o Benlliure. El arte universal se ha sentido fascinado por el encuentro que se mueve en el ruedo protagonizado por dos soledades clamorosas. La del torero y la del toro, siempre con la sangre y la muerte asomadas a cada segundo durante la lidia. De ahí el poco interés de las grabaciones. La emoción está en lo vivo, en el arte que se crea mientras existe la amenaza del instante negro que interrumpe la creación artística y poética del torero y el toro. Sin la Fiesta habría que regalar a los dirigentes de PACMA las ganaderías para que conocieran la realidad de la ruina. No existe animal mejor tratado que el toro, que vive y se forma durante años en la armonía elegida de las dehesas. Y su muerte es la que su sangre exige, entre otros motivos, para darle la oportunidad de morir matando, de morir hiriendo, o de morir triunfando.
La Fiesta está instalada en la cultura española desde muchos siglos atrás. Y los taurinos respetan a quienes no coinciden en su afición y entusiasmo por esa mágica, y en ocasiones, brutal exposición del arte en movimiento. Un movimiento que va de la frenética huída a la cadencia y lentitud más asombrosas. Y sí, el toro es picado, banderilleado y muerto. Y también admirado y temido, porque durante su última tarde se le conceden todos los caminos para su defensa. Yo también lamento la muerte del toro. Especialmente, su muerte en el matadero.
La libertad no es sólo el bien que garantiza el derecho a ser libre de cada individuo, sino la obligación de respetar la libertad de los demás. Y hacer uso de esa libertad no merece la grosería del insulto, la descalificación y la amenaza berreada. En ese momento, la libertad de quienes acuden a los toros es una libertad pisoteada y la libertad de los antitaurinos que se reúnen en las plazas para insultar a los aficionados es una libertad infectada por la incultura y la zafiedad. Como ha escrito Antonio Burgos, que doce mil aficionados llenen los tendidos de la plaza de Sevilla no es noticia. Que fuera de la plaza haya cien personas gritándoles «asesinos», sí.
Me parece muy bien que los militantes de PACMA trabajen y se muevan para conseguir la abolición de la Fiesta en España. Tienen todo el derecho a hacerlo. Como tenemos todo el derecho a trabajar en favor de la Fiesta todos los que nos sentimos inmersos en su enigma, su arte y su prodigio. Ni el más humilde de los aficionados ni Francisco de Goya o Pablo Picasso merecen ser insultados por defender una tradición. No sólo una tradición y un arte, sino la existencia de un animal maravilloso, el toro bravo, que sin la Fiesta, se extinguiría irremediablemente de la faz de la tierra, de nuestra piel de toro.
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