José Luis Alvite
Arquitectura sin palomas
Con la muerte de Oscar Niemeyer se ha reabierto el debate sobre la arquitectura moderna. Se habla otra vez de belleza y de funcionalidad, de audacia y de armonía, con defensores de una arquitectura llamativa, exhibicionista y turística, y otros que prefieren esa obra discreta, casi anónima, que parece concebida para que perdure sin hacer mella en la memoria. A mí me importa poco la opinión de los eruditos, que raras veces coincide con la de quienes son meros observadores del hecho arquitectónico. Edificios con el espaldarazo general de los expertos son considerados luego por el público como obras que sólo sirven para dificultarles a los ciudadanos la contemplación de sus ciudades. Compostela es una bellísima ciudad repleta de hermosos edificios históricos, pero no se ha librado de que algunos afamados arquitectos contemporáneos perpetrasen sus proyectos sin que nadie les parase los pies o les pidiese prisión sin fianza. Entre las muchas maneras de medir la belleza de un edificio considero determinante desechar por horribles aquellos edificios en los que es evidente que ni siquiera a oscuras se posan las palomas. La gente corriente observa la arquitectura movida por la necesidad de admirar su belleza y no entiende que lo funcional haya de ser necesariamente horroroso, como esos monótonos edificios con fachadas penitenciarias cuajadas de pequeñas ventanas por las que apenas entra plisada la luz. Son ejemplos por desgracia muy abundantes que explican el mal carácter de los vecinos de algunas ciudades y justifica la idea de que muchos afamados arquitectos tendrían que diseñar sus engendros pensando en que la calidad de los materiales empleados en la obra no encarezca luego su demolición. Porque es evidente que en algunas ciudades españolas el urbanismo causó más desperfectos que la Guerra Civil.
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