María José Navarro
Asaltos
Matar, no. Matar no, porque son palabras mayores y además no puedo ver llorar. Pero robar, sí. A mí me encantaría tener el temple suficiente para poder robar a lo grande. Por eso, admiro mucho a algunos ladrones y me caen estupendamente. No los que te tiran del bolso, no, ni los que te revuelven la casa entera para llevarse una crucecita de plata, no. Me encantan los que pegan palos importantes y se llevan un joyón, un cuadro carísimo, un banco mega protegido o una cámara acorazada llena de lingotes de oro. Así que estoy estos días de medio luto porque se ha muerto el cerebro del robo al tren de Glasgow. Bruce Reynolds, que así se llamaba el tipo, se ha ido al otro mundo mientras dormía. Él y sus compinches, que eran un porrón de gente, consiguieron un botín de tres millones de euros de los de entonces, hace cincuenta años ya. Algunos de los cómplices, más de quince, fueron cayendo en manos de la Policía por culpa de las huellas que dejaron en un Monopoly al que jugaron en su escondite, pero Reynolds (el ladrón con las gafas más bonitas del mundo) huyó primero a Méjico y luego a Canadá y sólo volvió al Reino Unido para entregarse a la Justicia cuando se quedó sin un duro. Toda esa historia la acabó estropeando el moñas de Phil Collins, que protagonizó la peli «Buster» sobre aquellos acontecimientos en vez de hacerla Michael Caine. La siguiente aberración sería ver a los Jonas Brothers haciendo de los tres Ramones muertos. Piensa una en Bárcenas y en quién llevaría su historia al cine y sólo le sale un vodevil con Joaquín Kremel.
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