Abel Hernández

Bajo la sombra de Pujol

La Diada de este 11 de septiembre arrastra nuevos elementos complementarios. No es una Diada cualquiera. A la conmemoración de un aniversario histórico, el de 1714, deformado a su gusto por los independentistas catalanes, y el inminente e incierto referéndum escocés se unen la acuciante necesidad de movilizar más que nunca al personal, con la «senyera» estelada en la mano, para convencer al mundo del clamor del pueblo catalán a favor del derecho a decidir su destino, por su cuenta y riesgo, el próximo día 9 de noviembre. Así que los organizadores de la multitudinaria «V» de esta tarde –que recuerda la del «Victor» franquista– en las calles de Barcelona llevan meses haciendo horas extraordinarias. La gente estaba este año algo cansada y reticente, y más después de estallar el «escándalo Pujol». Pero hay formas de convencer y las terminales de Esquerra se han empleado a fondo. Se trata de una costosa y bien estudiada operación de marketing, en la que participan activamente los medios de comunicación adictos –en TV3 ya se han levantado por fin voces críticas de periodistas–. Hace tiempo que en Cataluña la propaganda política triunfa sobre la realidad, y los sentimientos sobre las razones. Llegados a este día, todo está bajo control. La gente ha tenido que alistarse antes y a cada cual le han asignado su sitio esta tarde en la gran manifestación. Estos ramalazos totalitarios dan pie a muchos a pensar que no es verdad que el pueblo catalán se manifieste alegre y espontáneamente, sino a toque de corneta. Esto, desde luego, ensombrece la calidad democrática del acontecimiento.

Pero es el «caso Pujol» lo que más ensombrece este año la celebración de la Diada. Más aún, puede conducir, si no hay quien lo remedie, a una especie de «causa general» por corrupción contra el partido fundado y manejado por él y contra el actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, su colaborador cercano, su protegido y sucesor. Además, el ex «molt honorable» presidente dispone de suficiente información de primera mano para acabar con los «traidores», si se decide a hablar en la comisión de investigación o, llegado el caso, en los tribunales. Y la familia Pujol ha señalado con el estigma de la traición a algunos de los más cercanos colaboradores actuales de Mas, incluido probablemente él mismo. Así que se abre el tiempo del ajuste de cuentas. Desgraciadamente para los entusiastas organizadores de la popular demostración de fuerza de este día en el corazón de Barcelona, la foto del anciano, cabizbajo y silencioso Pujol saliendo de su casa, asesinado por las cámaras, es mucho más poderosa y convincente que la de la muchedumbre formando esta tarde la «V» de una victoria imposible.