Pedro Narváez
Besteiro, «non grato»
Ahora llega la gran traca a Valencia. Las fallas no fallan. El fuego que todo lo purifica. Mientras unos arden, como Rita, que dijo que no se quería esconder, difícil lo tenía, otros se resguardan en el rescoldo de las promesas incumplidas. El caso Besteiro no ha destapado una trama de corrupción sino el ejemplo con que Pedro Sánchez va a acabar con ella. La transparencia vende bien en las pasarelas, como complemento del espectáculo para un vestuario imposible. Llegado el día de enfrentarse a la desnudez, las manos acaban tapando las vergüenzas y de la virtud sólo queda la melancolía. Pedro ya es un rehén de sus mentiras y repite el error de esperar a que escampe cuando la tormenta arrecia. Besteiro dará más días de gloria a las portadas de la Prensa. Quien piense que el asunto quedó petrificado se equivoca o solo ansía ganar tiempo a sabiendas de que el reloj de las nuevas revelaciones avanza deprisa hacia el «sorpasso» de la náusea del PP. Que habrá más Besteiro, vaya, sin que Sánchez le llame indecente. No hay pruebas aún de que lo sea. Fue Sánchez el que al final propuso que un imputado ya era culpable. Que es lo mismo que tildar de infiel a quien mira los tobillos de una dama. Y se encuentra con un investigadito y ya le tiemblan las piernas. En cuanto le salga otro tendremos un pato cojo. El líder de los socialistas tiene apoyos contados en el partido. Si pierde Galicia, gana puntos para despeñarse en la Costa de la Muerte de su propia reelección. Besteiro no puede caer todavía. Parafraseando a Rajoy, usar la ética en beneficio propio también es corrupción.
Estos dos meses de pasión están poniendo a prueba a los líderes. Como Cela, el gallego para el que no era lo mismo estar jodido que estar jodiendo, el que resiste, gana. Y en eso anda también Sánchez, estirando el chicle de la corrupción ajena al tiempo que prueba el nuevo sabor de la propia. Aguantando. El PSOE cuenta con que la corrupción no le afecta de la misma manera que al PP porque el solo hecho de ser socialista lo eleva un palmo sobre la derecha que no sólo no ha limpiado a tiempo sino que se ha escaqueado de hacer los deberes de su complejo moral.
El pasaje más patético de esta partitura ha sido por el momento la medalla al mejor barrendero que se autoimpuso Ciudadanos cuando vendió que Besteiro había desechado un cargo que todavía no tenía, el de candidato a la Xunta, por la presión de Rivera, el hombre que hace como que se enfada.
Ciudadanos necesita a Sánchez para no rodar en la insignificancia y está dispuesto a tolerar los deslices del amante. Si iban a ir juntos a todas partes bien podría el tándem visitar a Puigdemont, el independentista del bono basura, de la mano. Pero no. «Bueno cari, voy yo y ya si eso hablamos». ¿En esto consistía tomar la iniciativa en el problema catalán? El deshielo, que es como de Obama con Cuba. Pero esa es otra historia que deja fuera de foco a nuestro hombre del momento. Besteiro, que todavía no tiene el reconocimiento de «non grato», y con el que Sánchez se hace «selfies» que retratan la hipocresía política.
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