Julián Redondo
Brasil frente al fútbol
El abuelo materno de Messi, don Antonio Cuccitini, ve a su «nieto medio flojo»; y, sin embargo, Messi, secundado por Di María y poco más, ha metido a Argentina en cuartos del Mundial, un campeonato que a estas alturas es más de nombres que de equipos, por mucha tensión que liberen los argentinos después de cada vía crucis. Sin España, que en partido y medio pasó de ser toda una a nada de nada, los bloques individualizan la trayectoria y cuelgan su porvenir de apariciones. Es lógico después de ver que por el primoroso fútbol de Argelia se tambaleó Alemania, la selección más fiable de cuantas acudieron a Brasil. A Francia la salvaron dos fogonazos contra Nigeria y los brasileños, en general, se sienten más identificados con las lágrimas y el terror de Thiago Silva mientras sus compañeros se jugaban la vida con Chile en los penaltis, que con las baladronadas de Felipao. Cuando el partido está igualado, y este Mundial es la quintaesencia del equilibrio, corresponde a las figuras desembrollar la madeja. Y hay figuras, las estrellas, más relevantes que las otras, los buenos futbolistas; lo que marca la diferencia. Alemania depende del tiralíneas de Kroos y del olfato de Müller; Francia, enfrente, de la inspiración de Benzema. Brasil lo fía todo a Neymar, que despliega todo su talento en la «canarinha» porque toda la selección juega para él. En el Barça también él juega para Messi. Ése es su problema, y el del Barça. El rival del anfitrión, Colombia, fútbol sinfónico, la pelota mecida por un acordeón, Brasil contra su pasado, y el trabajo impagable de Pekerman al convencer a sus jugadores de lo buenos que son, incluso fantásticos, como «Yeims», ejem, perdón, James Rodríguez.
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