Julián Cabrera

Buscando a Don Tancredo

La Razón
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Sin pretender arrogarme el título de «marianólogo», sí creo poseer un pequeño plus de conocimiento acerca del reelegido presidente del gobierno que también va camino de los trece años –ahí es nada– al frente de su partido. Para valorar a Rajoy en su justa medida es necesario no sólo haberle tratado en eso que llaman las distancias cortas, sino haber ponderado su gestión en esos otros cometidos de responsabilidad en los que no se situaba como vértice de la pirámide de poder, léase ministro de carteras importantes como Interior o Educación más que como presidente del gobierno. Rajoy –y en cierto modo también otros perfiles como Pérez Rubalcaba– es igual de eficaz en el papel de liderazgo que antes como político de entretela, pero los focos no sólo no le hacen justicia, sino que acaban reflejando una imagen del personaje tan alejada de la realidad que a veces ha rayado en la caricatura.

Resulta chocante que uno de los más grandes en nuestro parlamentarismo a la par que irónico y brillante, nunca aburrido en esa distancia corta, resulte tan brutalmente maltratado, no tanto por las cámaras de televisión como por la brocha gorda de comentaristas que se han venido entregando al discurso facilón del plasma, de la alergia a la prensa, de teóricas comparecencias sin preguntas y en el colmo de la frivolidad, de un supuesto «tancredismo» en alguien que guste o no guste, lo que ha vivido en el ruedo de nuestra política son más episodios de obligadas verónicas, chicuelinas y otras suertes de capa, que el papel del impávido Tancredo López precursor de esta «técnica» de hacerse la estatua a la salida de los chiqueros.

La única ocasión en la que contemplamos a un Rajoy trémulo y helado fue hace pocos meses, precisamente cuando un «cerebro rapado» estuvo a punto de partirle la crisma en esa misma Pontevedra su ciudad y a cuyo ayuntamiento, tomado por las mareas, no se ocurrió mejor ocurrencia que nombrar persona «non grata» al presidente de todos los españoles. No pretenderé justificar los errores cometidos y no precisamente pocos desde el retorno de los populares al poder en 2011, sobre todo a la hora de escatimar porciones de «alma» a la complicada acción de gobierno, pero si cabría recordar a los exégetas del «tancredismo Mariano» que resistirse a la comodidad de un rescate a nuestra economía para afrontar medidas claramente impopulares que la sacasen de la «UVI», cortar en su llegada al frente del PP con los protagonistas de la Gürtel, haber acaparado la referencia negociadora con todos los grupos en la primera legislatura de Aznar, sortear a los numerosos «brutos» que daga en mano antes del congreso de Valencia aguardaban a Cesar tras las cortinas o sencillamente afrontar una legislatura como la que se avecina frente al refugio de un mejor resultado en terceros comicios no son precisamente características propias de un «Don Tancredo». Rajoy está más vivo que nunca y no precisamente por haberse hecho el muerto. Son otros los que se han ido ahogando con su propia cuerda.