Alfredo Semprún
Cada cabeza cortada en Irak refuerza al régimen de Damasco
La experiencia de la guerra, a la fuerza ahorcan, parece haber hecho del Ejército sirio una máquina de combate bien engrasada, unida y con moral de victoria. Con algún material más moderno que los viejos equipos recibidos de la URSS, sería mucho más efectiva, pero en una guerra como la de Siria, casa por casa, al final lo que cuenta es el número de cargadores de AK por combatiente. Hasta que no se ha disparado con uno de esos fusiles semiautomáticos, uno no se da cuenta de lo rápido que se va la munición. El viernes, las tropas de Asad terminaron de limpiar de rebeldes la ciudad de Mleiha (25.000 habitantes antes de que estallara la revuelta, hoy vacía de civiles) tras una batalla de las peores que se pueden librar: en un laberinto de escombros en la superficie y kilómetros de túneles excavados. Estratégicamente, es un golpe mayor asestado a los islamistas. Supone despejar completamente la autovía que une Damasco con su aeropuerto internacional, aleja la capital del radio de acción de la artillería rebelde y parte en dos la región de Ghuta. Las imágenes de propaganda que llegan de la ciudad «liberada» son elocuentes: soldados y milicianos gubernamentales sirios saludan felices y algunos cantan en grupo con guitarras y acordeones. Y ya han empezado las tareas de desescombro, como si todo el mundo comprendiera que no se trata de una conquista provisional, sino que el Ejército ha llegado para quedarse.
Más al oeste, en Homs, la segunda ciudad más importante de Siria, objeto de una batalla de dos años entre rebeldes y gubernamentales ganada por los últimos, la vida recobra el pulso. Ayer, el patriarca de la iglesia ortodoxa siria, Ignacio Afran, presidió la procesión que devolvía a su lugar la reliquia del cinto de la Virgen, en la iglesia de Santa María, uno de los templos del barrio cristiano de Homs que resultó más dañado durante los combates. Su reconstrucción va a pasos acelerados, como la del resto de la villa. Todavía hay atentados esporádicos y ha habido que reconquistar a los islamistas la planta de gas, la principal del país, pero los vecinos están regresando a sus hogares y se ha restablecido la luz y el agua. En la procesión figuraban en lugar destacado clérigos musulmanes y miembros de la comunidad drusa, espejismo de lo que fue la vieja vida que, mucho nos tememos, nunca volverá.
Damasco se afana, pues, en limpiar de rebeldes y consolidar sus avances en el occidente del país, la parte más poblada y rica, mientras se mantiene a la defensiva en el oriente, en las provincias de Al Raqa y Deir al Azur, en manos de los integristas del Estado Islámico, que ha hecho de la capital provincial, Raqa, su centro de mando y laboratorio del horror que será el califato, y desde donde las milicias islamistas se expandieron hacia el norte de Irak, provocando el caos. Pero esas cabezas cortadas de Raqa, esos vídeos destinados a extender el terror entre los enemigos, se han convertido en baza estratégica de Asad. Hoy, en una carambola de libro, la aviación de Obama está debilitando a los islamistas. Y mientras dure la crisis iraquí, Al Asad puede concentrar sus esfuerzos en un solo frente y, de paso, resplandecer ante la opinión pública occidental como ese «mal menor» siempre tan socorrido. Pero que no se confíe. También Sadam ejercía el papel de «uno de los nuestros», hasta que las circunstancias cambiaron. Y una vez abierta la mano de los bombardeos, nunca se sabe...
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