Irene Villa
Calma y fe
Que no cunda el pánico, eso llevamos intentando toda la semana, pero la voz de alarma ha sido imparable en el mundo entero. Los más sensacionalistas hablan del primer caso de contagio del virus del ébola en Europa como el principio de una epidemia, incluso en las redes sociales fue «trending topic», es decir, ampliamente comentada y compartida, una afirmación totalmente derrotista y exagerada: «vamos a morir todos». Claro que todos nos hemos puesto en la piel de la auxiliar de enfermería de cuarenta y cuatro años contagiada de ébola por tratar de forma voluntaria a los dos pacientes contagiados que fueron repatriados a España, y en la de las demás personas aisladas. Nos solidarizamos con todas ellas, sus familias, y hasta con el ya famoso perro Excalibur, al que han querido sacrificar para evitar riesgos y cuya defensa fue también vigorosamente apoyada en las redes por muchísimas personas que afirmaban que con aislarlo, hacerle un seguimiento, ver si está infectado y averiguar si excreta virus, como están haciendo con los ingresados por posibles contagios, habría sido suficiente. Todos nos hemos informado, con cierta psicosis generalizada, acerca de esos asesinos microscópicos que destruyen el cuerpo desde el interior y matan un gran porcentaje de las personas que infectan. El brote de ébola es increíblemente pequeño, pero causa un daño enorme, precedido por fiebres hemorrágicas virales. Con forma de gusano, contiene un código genético que invita al cuerpo humano a autodestruirse. Pero mantengamos la calma y pongamos toda nuestra fe en que la auxiliar y los demás sanen y esta pesadilla finalice.
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