Agustín de Grado
Cambió el viento
Los socialistas no se reconocen nunca en la oposición. Encarnan las libertades. Cualquier gobierno que no sea suyo es una anomalía democrática que debe ser resuelta cuanto antes. Suárez fue derribado con una oposición descarnada, alejada de la decencia política. Un atentado con 200 muertos, del que la próxima semana se cumplen diez años, y tres días de agit-prop les devolvió el poder cuando España disfrutaba de la mayor prosperidad de su historia. Abrazaban la idea de que los efectos devastadores de esta crisis gigantesca se llevarían por delante a Rajoy, como volatilizaron a Zapatero. Bastaría con soliviantar a una opinión pública reacia a la austeridad con las adecuadas dosis de falsedad. No es la crisis ni la herencia, es lo que siempre quiso hacer la derecha: acabar con los derechos y las libertades. Así que, lastrado por la memoria de su gestión y sin recetas solventes, el PSOE convirtió el sufrimiento colectivo por los zarpazos de la depresión en un proyecto político, con la calle instrumentalizada como irrefutable prueba de cargo contra la derecha desalmada. Lo habitual.
Hace un año España superaba la histórica cifra de cinco millones de parados y Rajoy pugnaba para zafarse de la temida intervención. Hoy España crea empleo por primera vez en seis años, se esfumó el fantasma de la intervención y Bruselas nos sacó ayer de esa UVI en la que deja a Italia como el enfermo más preocupante de Europa. Está por ver si la recuperación que viene habrá aliviado el padecimiento de los más perjudicados cuando el Gobierno deba rendir cuentas. De momento, ha logrado virar la nave para que el viento sople a favor. Ahora es la demagogia la que bracea contracorriente.
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