Política

Pilar Ferrer

Camino de la verdad

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En 1987, Rajoy consiguió su primer escaño en el Parlamento de Galicia. Desde la primera victoria del PP en las europeas del 94 entonces, el sutil e irónico barbudo de tierras gallegas se instaló en Génova como hábil negociador, sin alardes ni presunciones. Frente al carácter aserrado de Paco Cascos, la altivez de Rodrigo Rato, la mesura de Juanjo Lucas y la oratoria de Javier Arenas, Mariano aportaba un estilo muy diferente, hablar poco, decidir sin que se note, mandar pasando desapercibido.

Pero sobre todo a Rajoy se le conocía como un hombre honesto y sencillo. Cuando invitaba a comer a algún periodista, vigilaba con lupa la cuenta, pagaba los puros de su bolsillo, y hasta controlaba el móvil, para no pasarse de llamadas. Era la suya una especie de jornada «franciscana», dado que la posición económica le venía de cuna. Su padre, un hombre de leyes, magistrado y registrador de la propiedad, transmitió la misma carrera a su hijo, por lo que el dinero, a Rajoy, poco le importaba. Cuando estalló el «Caso Naseiro», y Aznar cortó cabezas, el hoy presidente lo definió como una «carajera». Expresión muy suya, gallega y sarcástica.

Asistimos a un espectáculo deleznable, entre el chantaje de un resentido, que se ha forrado a costa de su puesto en el partido. Las intrigas de un sector político, que no influye en las decisiones de Rajoy. Los voceros mediáticos, carentes de influencia y carantoñas, en otro tiempo decisorias. Y una falta de rigor en el análisis, alejado de toda responsabilidad. Los dardos de Bárcenas, y quienes le jalean, tienen poca credibilidad jurídica, pero buscan un daño devastador hacia quien ha demostrado resistir como un pedernal. El mensaje desde Moncloa es claro: normalidad y mucho trabajo. El presidente, tras el Consejo de Ministros, suele dedicar la tarde a asuntos de despacho, correspondencia, discursos y todo tipo de documentos, con su eficaz secretaria, Ketty. También habla con Sáenz de Santamaría y otros colaboradores, finalizada la rueda de prensa. Este fin de semana preparó con su jefe de Gabinete, Jorge Moragas, su encuentro con el primer ministro polaco, Donald Tusk.

Ni un solo cambio trascendente se produjo ante los dardos de Bárcenas. El sábado, Rajoy trabajó en su despacho, y el resto del fin de semana hizo lo habitual, estar en familia. Nada ni nadie han hecho variar la rutina presidencial. Yerran en hueso quienes piensan que Rajoy es una pieza fácil ante la extorsión. Se puede discrepar de su política, pero mancillar su honradez para conseguir objetivos espúreos, es lamentable. Tal vez, deba ahora el PP, y en especial su presidente, recordar las enseñanzas del filósofo taoísta Lao Tse: no por mucho llover, se desgasta la roca. Frente al chantaje, siempre resplandece el camino, la fuerza de la verdad. Se avecina un rosario de infamias, en manos de un Bárcenas con las manos llenas. Resistir a la presión, por quienes no las tienen, es lo único sensato, responsable y necesario para este país. Las palabras vuelan y son libres. Los hechos, siempre sagrados, exigen ser probados.