Cristina López Schlichting
Campaña de tv para Cataluña
Se equivocan los que cantan victoria por el mínimo descenso del independentismo que marca la última encuesta de la Generalitat. De acuerdo con el Centro de Estudios y Opinión el 45,1 por 100 de los catalanes se opone a la secesión frente a un 44,9 por 100. La tendencia mostraría un incremento de este «no» frente al 42,4 por 100 de julio pasado. Pero no hay que olvidar que en marzo ya se había producido el actual empate técnico (45,3 por 100 a favor y 45, 5 por 100 en contra). Son oscilaciones despreciables sobre un hecho lamentable y dramático: la ruptura de Cataluña por la mitad. Siempre que un país ha mostrado estas divisiones radicales en materias sensibles el resultado ha sido malo para todos. El último caso ha sido el Brexit, donde un margen ridículo ha supuesto para todo un pueblo la salida de la Unión Europea y el empobrecimiento. En Gran Bretaña han subido los precios y bajado los ingresos. Por supuesto, hay casos más dramáticos de distancias irreconciliables y finales atroces, como Kosovo y Serbia o la India y Pakistán. Pero prefiero no pensar en ellos.
Merece la pena detenerse en dos datos de la encuesta que me preocupan más que la constatación numérica de que el nacionalismo ha sembrado el rencor y la ruptura. El 40 por 100 de los encuestados cree que en la Cataluña independiente se viviría mejor que ahora, frente a un 27 por 100. El 20 por 100 cree que sería igual. El mismo optimismo se plantea sobre el futuro en la Unión Europea. Aunque el 45 por 100 cree que Cataluña sería expulsada, nada más y nada menos que el 43, 2 por 100 «opina» lo contrario. Es asombroso. Porque no es asunto opinable. Según los tratados fundacionales de la Unión son los Estados los que la integran. Cualquier región que se declarase en rebeldía quedaría automáticamente excluida. Para empezar porque nadie toleraría semejante precedente, pero para terminar porque la entrada de un miembro nuevo exige la unanimidad en la votación, y evidentemente España no tiraría piedras contra su propio tejado.
En resumen: el nacionalismo ha conseguido convencer a la mitad de los catalanes de algo que es simple y llanamente mentira. Una Cataluña independiente saldría de la UE y, por lo tanto, sería más pobre, como ya lo está comprobando Gran Bretaña. Y eso sin contar con que el precio de la desconexión sería seguramente menos benévolo.
¿Cómo no va tener peso en las encuestas la promesa de un paraíso catalán en la tierra? ¡Yo también me apuntaría a quedármelo todo sin más consecuencias que el pleno beneficio! Alguien tendría que empezar a explicar en una campaña institucional en los medios qué es la Unión Europea, para qué sirve y cómo está fundada. Desde luego, público tendría, porque la consulta demoscópica de la Generalitat ha establecido que el interés por la cuestión Cataluña-España ha llegado a su punto álgido desde 2011 nada menos. Hoy es el segundo gran problema para la gente, por detrás del paro y la precariedad laboral. Tela.
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