M. Hernández Sánchez-Barba

Cartago

La cultura de los fenicios en el Mediterráneo occidental, en particular en la Península ibérica, tuvo como centro Gades (Cádiz) y otros asentamientos costeros como Malaka, Sexi (en Almuñécar), Abdera (Adra, Almería) o Itusim (Ibiza). Una tupida red de asentamientos cuyo eje era Cádiz, fundados por activos comerciantes de la púrpura, por lo que los griegos de la época de Homero los llamaban «rojos» y los romanos «phoínikes», que adaptado al latín dio lugar al vocablo «poeni» del que deriva el de púnicos, usado para referirse a los fenicios de Cartago. Cartago fue fundado por Dido, la hermana del rey Pigmalión de Tiro, en el año 814 a.C., en el estratégico promontorio de Tunicia en la costa de África, cuando la presión ejercida por los asirios sobre Tiro hizo que ésta quedase integrada en el Imperio de Nabucodonosor. El hueco dejado por la poderosa ciudad cananea fue ocupado por las colonias mediterráneas y, particularmente, por la cada vez más poderosa Cartago.

Desde el siglo VI a.C. fue una gran potencia territorial, marítima y comercial, gestionada por una oligarquía local, representada por los magónidas, que fueron los promotores del poderío de Cartago. Aliados con los etruscos, lucharon con los griegos focenses, a los que vencieron en la batalla de Alalia (535 a.C.); firman un tratado con Roma (509 a.C.), ratificado en el 348 a.C., para prevenir tensiones, lo que no impidió el conflicto a partir del 264 a.C. en que se inician las guerras púnicas. El peso hegemónico de Cartago y su rivalidad con Roma por el predominio del Mediterráneo occidental y la vigilancia del estrecho de Gibraltar, se centró en Gades y el control costero ya mencionado, y en el interior, en lo que ya en la época (siglos VI y V a.C.) comenzaba a conocerse como Turdetania. La atracción ejercida sobre la gran familia de los Bárcidas por España y Sicilia, los dos grandes graneros del Mediterráneo occidental, condujo inevitablemente a las llamadas guerras púnicas. Un fenómeno que sobrepasa el terreno político y militar para adquirir una consistencia de consecuencias económicas y culturales en cuanto cierre de la etapa protohistórica para dar inicio a la época histórica y el imparable proceso de romanización del Mediterráneo. En efecto, tanto Roma como Cartago robustecieron cultural y políticamente sus respectivos mundos en virtud de una decidida opción por la cultura helenística a partir del siglo V a.C., por la presencia de los griegos en la Magna Grecia, en el sur de Italia y Sicilia, donde ambas ciudades mediterráneas tenían intereses y fundaciones.

La primera guerra púnica (264-241 a.C.) terminó con el triunfo de Roma y Cartago sometida a formidables cargas pecuniarias y políticas. En tal situación surgió el plan de Amílcar Barca de hacerse con un reino en Hispania. Desembarcó en Gades (237 a.C.), iniciando un control del territorio hispano fenicio-púnico y parte de la Turdetania ibérica. Muere Amílcar (231 a.C.), sucediéndole su yerno Asdrúbal, asesinado en 221 a.C., por lo cual tomó el poder su hijo Aníbal Barca. Éste aplicó su enorme energía vital y su indudable genialidad militar en volver a tomar la función de ataque, iniciando una campaña, llevada a Italia con un poderoso ejército de 80.000 hombres, en el que incorpora la caballería ibérica y los pesados elefantes númidas. Cartago continuó siendo la capital política, pero actuó en España, con una considerable autonomía, hasta conseguir la creación de un poder autocrático en el que se trataba de crear un reino fuertemente cohesionado, con una preparada articulación territorial basada en ciudades para conseguir vínculos de explotación y fuerte incidencia agraria y ganadera, siguiendo el modo de Alejandro Magno. Se fundieron religiosamente con el culto de Melkart, que tenía en Gades el templo principal de Occidente, bajo la apariencia del Herakles griego, resultando de este modo investidos los Bárcidas de un poder carismático que daba fuerza enorme a su liderazgo militar y político, y creando un nexo personal con los iberos bajo lo que, más adelante, reconocieron los romanos como la «devotio ibérica», una lealtad sin límites. Aníbal se casó con una princesa ibérica llamada Imilce, de la ciudad de Cástulo (Jaén).

Las ciudades fundadas por los Bárcidas en Iberia son altamente significativas por su función estratégica y económica, en cuanto cohesión de territorios de alta producción, con puertos en el Mediterráneo. Aníbal fundó Akra Leuké, en un punto abierto a la Meseta por el paso de Despeñaperros; Asdrúbal, Cartago Nova (Cartagena); Aníbal se centró en Carmo (Carmona), bastión central del valle del Guadalquivir, de enorme riqueza agraria, con regadíos tomados del sistema fluvial, y Carteia (San Roque), en la bahía de Algeciras, con vistas al dominio y atención al estrecho de Gibraltar. La retaguardia, pues, para la arriesgada empresa de invasión de Italia y hacer desaparecer la rivalidad si se conseguía destruirla.