El desafío independentista

Cataluña, clave de bóveda

La Razón
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Casi todos los caminos del actual atolladero político conducen al mismo sitio, a Cataluña. Es la reflexión que me hacía antes de la Diada un muy destacado ex dirigente del Partido Socialista, de esos a los que se achaca tener alguna ascendencia pero nula influencia en las actuales tomas de decisión. Los acontecimientos que vivimos en estos días demuestran que no va mal encaminado. El desafío secesionista en Cataluña y la configuración del reparto del poder político en esta comunidad, con formaciones que en otro tiempo eran garantía de estabilidad y hoy retan abiertamente a la legalidad y al Estado, se han convertido en el principal embudo para el urgente desbloqueo a nivel nacional. Pactar y sumar en Madrid ya no es prioritario.

Nos engañaríamos lamentable y gravemente si pensamos que el «soufflé» soberanista está decididamente de capa caída. Saben qué hacer en cada momento, saben cómo seguir alimentando la animadversión del ciudadano de buena fe hacia el Estado y saben que una situación como la actual, pasados trescientos días sin gobierno, es el escenario idóneo para mantener y justificar su órdago. Puigdemont sólo contempla la idea del referéndum si es «vinculante y factible» y eso puede ser indicativo, pero tampoco duda en echar más leña, a escasos catorce días para su moción de confianza, aseverando que de no haber respuestas se acabará actuando «de facto» como un Estado. Es el magma que peligrosamente impera en un contexto en el que prevalece envolverse cobardemente en la estelada frente a los «avisos» de políticos en funciones y el automatismo de un Tribunal constitucional que no lo está, aunque eso no sea suficiente. Quienes propugnan alternativas a un Gobierno de Rajoy son tan sabedores de que no pueden optar a La Moncloa de la mano de quienes exigen referendos ilegales, como del hecho de que los mismos que reclaman la independencia habrían apoyado al partido más votado en condiciones normales, entiéndase cuando defendían ideas y principios nacionalistas pero ayudando a una gobernabilidad que, como los hechos demuestran, siempre dio réditos a Cataluña. Tal vez por ello los nuevos tiempos y las nuevas situaciones requieran de nuevos conceptos y reglas del juego. Si el sistema electoral venía que ni pintado a unos grupos nacionalistas cuya provechosa presencia en el Congreso de los Diputados acababa reportando estabilidad política, gobernara la izquierda o la derecha, tal vez no sea tan descabellado contemplar reformas que impidan una desproporcionada presencia en el Parlamento nacional justo de quienes han decidido tener como único objetivo romper la nación. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se ven esta semana, ya saben, para sondear «mayorías por el cambio» y eso es muy respetable, pero que nadie se confunda: una cosa es derogar leyes educativas, reformas laborales o leyes «mordaza» y otra muy distinta es no asumir el paso al frente de la formación morada escenificado este fin de semana en pos de «fórmulas de consulta» o simplemente ignorando la quema de fotos del Rey. Puede que Cataluña no sea solución, pero tampoco tiene por qué ser problema, todo depende de cómo se afronte.