José María Marco

Catástrofes naturales

En nuestro país, son muchos los que, cuando hablan de lo que deparará el futuro con el Gobierno del Partido Popular, añaden una cláusula precautoria, algo así como «si no ocurre ninguna catástrofe». Son muchos más los que lo piensan. No es una reflexión de orden general, ni una forma de superstición: recurre a la fórmula gente prudente, escarmentada por la experiencia. Tampoco se refieren a una interrupción dramática de la normalidad, sino a la manipulación a cargo de la izquierda, más concretamente del Partido Socialista. Piensan en la campaña del aceite de colza, en la propaganda a partir del desastre del «Prestige» y, claro está, en lo ocurrido entre el 11 y el 14 de marzo de marzo de 2004. Todos hemos aprendido a vivir con esta inquietud, y la opinión pública, los medios de comunicación e incluso el Partido Popular, a pesar de sus defectos en este terreno, están avisados y tienen preparadas formas de responder e intentar neutralizar campañas como las que todos recordamos. Ahora bien, habernos acostumbrado a esta amenaza no la convierte en algo aceptable, sin más. Sabemos, claro está, que no podemos hacer nada más que prevenir la respuesta y esperar que los responsables públicos tengan frialdad y claridad de ideas. Sin embargo, lejos de ser algo natural, es una situación excepcional, desconocida en los demás países europeos porque en ellos la izquierda no puede justificar cualquier conducta, y menos aún el chantaje, porque tampoco tiene la tradición, perpetuada aquí desde principios del siglo XX, de negar legitimidad democrática a sus adversarios políticos e ideológicos, ya sean estos más conservadores, o más socialcristianos o más liberales. En contra de lo que muchas veces se dice, nuestro país tiene una larga tradición constitucional, una tradición que culminó con éxito en el régimen liberal de entre 1876 y 1923. Nuestra tradición es más breve en cuanto al régimen democrático, pero casi cuarenta años no es algo desdeñable. Una de las experiencias que hemos aprendido en este tiempo, paradójicamente, es la facilidad con la que, a partir de un hecho catastrófico sin significado político partidista, se ponen en cuestión los consensos básicos que permiten la libertad, el respeto a los demás. Sabemos que al PSOE le va a ser muy difícil variar de actitud, porque tendría que cambiar lo que hoy se llama su relato, la naturaleza de su posición política. Los demás no vamos a seguirlos, pero no hacerlo no significa que olvidemos por qué padecemos siempre esta extraña sensación de fragilidad.