Literatura

Carlos Rodríguez Braun

Chesterton y el liberalismo

La Razón
La RazónLa Razón

Algunos aducen que Chesterton se limita a reproducir la Doctrina Social de la Iglesia y añaden que el escritor inglés, en consecuencia, no tiene nada que ver con el liberalismo ni con el capitalismo. No es mi cometido hoy analizar las contradicciones en dicha doctrina, que a mi parecer nada entre dos aguas, como si el socialismo y el capitalismo fueran dos extremos análogamente rechazables. Por supuesto que hay matices, y no es lo mismo Francisco que Juan Pablo II, que es el Papa favorito de los liberales; pero ni siquiera él dejó de participar de las ambigüedades de la DSI (véase: «Tensión económica en la Centesimus Annus», aquí: https://goo.gl/UJCyQ).

Ahora bien, lo que sí podemos afirmar con más seguridad es que Chesterton era un pensador fino, que se resiste por tanto a los encasillamientos. Hemos dedicado tres artículos recientemente a analizarlo. En este cuarto y último de la serie abordaremos directamente el tema del liberalismo. ¿Era realmente el creador del padre Brown tan antiliberal como nos aseguran algunos de sus intérpretes? La respuesta es que no. Lo que sí hizo fue criticar el materialismo, el utilitarismo y el economicismo, cosa que hacen muchos liberales también. El escritor fue asimismo crítico con el socialismo, como hemos señalado ya en esta serie. En el libro «Herejes», de 1905, aborda al liberalismo por su nombre. Chesterton, enérgico valedor del cristianismo, era entonces un anglicano: se convertiría al catolicismo mucho después. En «Herejes» plantea que en la época moderna el significado de las cosas muta por completo, y ser ortodoxo ya no se refiere a compartir ideas correctas. Chesterton, que tres años más tarde expondría su apologética cristiana en un libro titulado, precisamente, «Ortodoxia», avanza que la palabra herejía «ya no sólo no significa estar equivocado: prácticamente ha pasado a significar tener la mente despejada y ser valiente». En este proceso de amplio relativismo se pierde sustancia intelectual, y Chesterton advierte del peligro del epigrama de Bernard Shaw: «la regla de oro es que no hay regla de oro». En esa noche en la que todos los gatos son pardos, todas las proposiciones son verdaderas: el ateísmo es demasiado teológico, la revolución, demasiado sistemática, y «la libertad misma, demasiado restrictiva». Este es el cambio: «Cuando los viejos liberales suprimieron las mordazas de todas las herejías, su idea era que, de ese modo, pudieran producirse descubrimientos religiosos y filosóficos». En cambio, la modernidad desvirtúa esto: «Jamás ha habido tan poco debate sobre la naturaleza del hombre como ahora, cuando precisamente, por primera vez, todos pueden debatir sobre ella».

Condena la arrogancia y la mediocridad de la política, sin saber hasta qué punto llegarían sus incursiones punitivas contra la libertad de los ciudadanos, al tiempo que «la teoría de la inmoralidad del arte». Desde sus valores morales defiende el liberalismo, que es la mejor forma de defenderlo: «Nosotros, que somos liberales, defendimos una vez el liberalismo como obviedad. Ahora se ha cuestionado, y lo defendemos fieramente como fe».