Ángela Vallvey

Ciberbabel

La Razón
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La inviolabilidad de la correspondencia es un derecho reconocido por la legislación internacional, asumido por distintas declaraciones y convenciones. España las ha ratificado todas. El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge ese principio: «Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques». El espíritu de esas palabras, con más o menos variaciones, se extiende a otras declaraciones, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, la Convención Europea de los Derechos Humanos, la Convención Americana de 1969... Todas estas manifestaciones son proclamas que hacen referencia a la salvaguarda de la honra y la dignidad del ciudadano. Incluso el Fuero de los Españoles franquista –una de las ocho Leyes Fundamentales que recogían los «derechos y deberes» del español– concedía que «dentro del territorio nacional, el Estado garantiza la libertad y el secreto de la correspondencia». Y eso que, por entonces, al civil se le reconocían sobre todo «deberes» (cosa impensable hoy). A quienes violaban tales principios, universalmente reconocidos, se les aplicaban los correspondientes artículos del Código Penal de cada país, que ordenaban multas, inhabilitación o penas de prisión como castigo para los infractores. ¿Sigue siendo inviolable la correspondencia según la legislación? Creo que sí, a pesar de que ya nadie escribe cartas. Ahora sólo enviamos mensajes de jaez electrónica, que deberían ser «bienes a proteger». Sin embargo, tales comunicaciones son violadas a diario: para espiar datos, para enviar publicidad adecuada a cada perfil de consumidor, para recopilar información, para inquietar o amedrentar... No está claro que las leyes protejan convenientemente al ciudadano del robo de sus datos, pero sí se ha comprobado que, en muchos casos, los ciberataques proceden de los propios Estados y su aparato de control industrial, militar o de inteligencia. Los habitantes de la Cíberbabel en que se ha convertido el mundo globalizado, vivimos bajo un escrutinio que escapa a todo control legal. En tiempos pasados, existía la Inquisición. Richelieu dijo: «Dadme seis líneas escritas por la mano del hombre más honrado y encontraré en ellas algún motivo para ahorcarlo». Hoy, cuando nadie manuscribe ni los cheques, el ciudadano está expuesto más que nunca a la interpretación aleatoria de su vida privada, ofreciendo ingenua y forzosamente muchos pretextos para ser «ahorcado».