Julián Redondo
Ciclista de los de antes
No hay imagen más triste que la del líder descolgado, sin protección de gregarios ni compañía de aliados. Fabio Aru, aislado. Solo contra el mundo, universo que en el Giro atiende por Alberto Contador, ciclista de los de antes, fiera que huele la debilidad y ataca; que no desprecia una cuesta para exhibir el molinillo ni una contrarreloj para imitar a los grandes especialistas. Araña segundos de bonificación y arranca minutos de la debilidad humana. Observó la maniobra de Aru, el único rival que sobre el cartel inicial aún le desafiaba, miró por encima de la figura enjuta del sardo y sonrió al descubrir el perfil infinito del Mortirolo, donde Indurain empezó a perder con Pantani el Giro del 94. En el ascenso hacia Aprica, Miguel filtró una debilidad desconocida en él, portentoso gigante invencible, que volvió a mostrar la imagen triste del líder derrotado en la subida a Les Arcs en 1996. Fue la primera y la última pájara que le detectó el Tour en su verano francés. A Indurain le derrotaron los elementos, Riis y Ullrich, y dos kilómetros de subida interminable que le dejaron exhausto, con la mirada perdida y el anuncio prematuro del final de su carrera. El verdugo de Aru, más que el Mortirolo, ha sido Contador, inmisericorde. Alberto advierte la flaqueza y se ceba, aunque luego, una vez arruinadas las esperanzas del adversario, no cruce primero la meta. Se le adelantó Mikel Landa, un compatriota que levanta los brazos sobre las cenizas de Aru, el jefe de filas, la foto del fuminado. Mikel se ha ganado ser alternativa del Astana. Es segundo, se exhibe más sólido que Fabio, resiste los ataques de Contador, responde con certeros hachazos y ha adelantado al jefe en esa general de dominio absoluto de quien ganó dos Giros, sólo conserva uno y cabalga sobre el tercero.
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