José Antonio Álvarez Gundín
Con Willy en La Habana
Willy Toledo ha llegado bien y nos ha enviado una foto de cuerpo entero con una bandera de Cuba al fondo ondeando gallarda a los cuatro vientos del Malecón habanero. Es emocionante: la brisa acariciando el rostro curtido en mil batallas sobre un horizonte de espumas y azules infinitos. Willy no ha podido ser más oportuno. Ha desembarcado justo a tiempo de festejar los 50 años de la cartilla de racionamiento, tal vez el logro cimero del castrismo en el difícil arte de repartir equitativamente el apetito sin caer en la glotonería burguesa. Nada como levantarse de la mesa con un poco de hambre. Eso se llama allí frugalidad solidaria.
Alguien podrá replicar que ya Franco había establecido el racionamiento en los años 40. Cierto, pero nunca tuvo el éxito de Fidel, tal vez porque los españoles, que nunca se dan hartos y tienen de antiguo la fea costumbre de comer tres veces al día, decidieron buscarse las habichuelas por su cuenta antes que aguantar colas interminables frente al colmado. En Cuba, sin embargo, gracias a los cupones no ha sido necesario asaltar supermercados ni acosar a sus cajeras, como lamentablemente se han visto obligados a hacer en España Sánchez Gordillo y Cañamero, dos grandes apóstoles de la «castronomía». Es verdad que la cartilla cubana de ahora ya no es la que era, cuando incluía carne de vaca, leche fresca, pasta de dientes y hasta cigarrillos con papel de estraza. ¡Qué tiempos aquellos, en los que el Comandante ataba a los camaradas con longanizas y a los disidentes políticos con grilletes tobilleros, mientras en Europa los intelectuales aplaudían a rabiar y le componían loas con mucho redoble de tambor! Aquellos años 60 ya se fueron y con ellos, muchas hojas de la libretita de racionamiento, de la que se ha suprimido el cepillo dental atendiendo a lo poco que ofrece para masticar. Precisamente por eso nunca se incluyó el papel higiénico. Pero sí el café, aunque mezclado al 50% con polvo de garbanzos, otra acertada receta de la revolución para que nadie se desvele y caiga en cavilaciones insanas. Como buen castrista, a Willy Toledo deberían entregarle sin demora una cartilla para poder alimentarse este mes. Le corresponden cinco huevos, dos kilos de azúcar, tres kilos de arroz, cuarto y mitad de frijoles, otro tanto de aceite, 150 gramos de café y 250 gramos a elegir entre pollo, mortadela o pescado. Y un kilo de sal de añadidura para darle sabrosura a los domingos y fiestas de guardar. Como el amigo Willy no se cuide, engordará como un berraco. Todo sea por la revolución y por escapar de la miseria capitalista.
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