José María Marco

Costes

Hace unos días falleció el economista norteamericano Ronald Coase, célebre por haber explicado los motivos de las decisiones tomadas por los empresarios. Ya en los años treinta, Coase estableció que las instituciones –es decir las leyes, los gobiernos y los mercados, entre otras cosas– existen para reducir lo que se llamó «costes de transacción». Aplicando su teoría, Coase criticó algunas de las teorías económicas de mayor éxito del siglo pasado, en particular las de Keynes, aduciendo que la política que preconizaban era una política ideal, en la que los costes que ellos mismos generaban, en particular los impuestos y los derivados de las regulaciones, desaparecían en un ejercicio casi mágico.

Así fue, en buena medida, el discurso que Susana Díaz, la nueva presidenta de Andalucía, pronunció el pasado miércoles en Sevilla. Fue un discurso bien construido. Díaz quiso mostrar que se abre una etapa nueva en la Comunidad andaluza, animar a las izquierdas locales y esbozar un programa y una posición de alcance mayor, con ambiciones de modelo para el conjunto de la nación. Se dejó pocos asuntos en el tintero, y aunque no habló del escándalo de los ERE, sí dedicó un buen rato a la corrupción, para la que propuso alguna medida sensata y otras socialistas.

De lo que no habló, sin embargo, es de los costes que han tenido políticas como las que propone. Andalucía, con gobierno socialista desde 1982, tiene 1.473.700 parados (un 36,87 %, frente al 26,20 % de media en España), y un PIB per cápita de 16.960, frente a 22.700 de media española. La diferencia permite ver el coste que los andaluces, y con ellos el resto de los españoles, estamos pagando por dar satisfacción al gran objetivo de los socialistas, que es evitar a toda costa un gobierno del Partido Popular. Un coste insostenible o, como se decía antes, ruinoso.

Ése es el verdadero alcance nacional del discurso de Susana Díaz: en política, la coalición general de todas las minorías, muchas veces exiguas, contra el PP, y en economía, la promesa de una acción ideal, como si nos fuera a salir gratis, pero que nos devolverá sin remedio a la intervención por las instituciones internacionales. Lo más difícil de entender es por qué a pesar de todo, entre los andaluces, gente tan sabia y tan experimentada, no cuaja una mayoría social de progreso y de responsabilidad. El escepticismo, llevado a sus últimas consecuencias, es la mejor forma de invitar a que nos engañen.