Alfonso Merlos
Cruzada anti-Iglesias
La guerra empieza en las mentes de los hombres. Y en la extrema izquierda española se está empezando a librar una feroz batalla preelectoral, sin cuartel; una lucha encarnizada en la que ya aparecen a metro y medio del suelo volando los primeros puñales. Y lo que te rondaré.
Ahora en Común, la candidatura de confluencia ciudadana para las Generales, la plataforma que integra el auténtico sentir popular, el espacio para la convergencia de las mareas de los descamisados que asaltarán antes de final de año el cielo monclovita. Todo muy discutible. Puro marketing. Proyectos fracasados y vetustos. Naftalina. Hambre insaciable de moqueta y despacho. Siempre.
Pero hay algo fuera de duda. El movimiento capitaneado de momento por el incontinente Garzón surge como respuesta al despotismo y la arrogancia, contra lo que en psicología política se denomina el líder «cruzado». Pablo Iglesias: el hombre que por las buenas o las malas busca convulsionar la sociedad; el que toma decisiones sectarias basadas en prejuicios y no sobre la base de la experiencia; el que cuando hay otras alternativas las aniquila; el que cuando los hechos no encajan en su cosmovisión los sepulta; el que no admite errores ni recibe de buen grado la disensión; el que sacude y golpea el orden de las cosas para, a menudo, empeorar la situación que intentaba corregir. El caudillo ibérico al que se le sublevan sus mesnadas. La primera estampida.
Esto es lo esencial en las hostilidades desatadas en las filas neocomunistas. Ya han comenzado las descalificaciones y la desunión. Todos saben que la fragmentación del voto significará el debilitamiento de ese tan ansiado Frente de Progreso. Y todos deberían saber algo más importante: la rueda del poder termina arrollando a muchas de sus criaturas.
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