Alfonso Merlos
Cuestión de seguridad
La oposición a la prohibición de exhibir esteladas puede entenderse, discutirse, argumentarse. Hasta el final, con rigor. Pero las descalificaciones a una decisión vinculada estrictamente a la salvaguarda de la seguridad han conformado un glorioso catálogo de astracanadas. Y eso es tan evitable como lamentable.
Resulta que una medida que blinda la pureza del espectáculo y que pone puertas al campo de la incitación al odio, a la división y a la confrontación entre españoles esconde espurios y misteriosos intereses, y por supuesto atiende a bastardas razones. Por ejemplo, la de extender una cortina de humo que tape los casos de corrupción de la derecha, o la de rescatar con gusto ciertos tics autoritarios más propios de otros tiempos que de los democráticos, o la de mostrarle con crudeza y saña a uno de los contendientes y a su afición que no podrán usar (menos en Madrid) sus glorias futbolísticas para hacer avanzar su agenda nacionalista. ¡Terrible!
El repertorio de mamarrachadas ha sido infinito (¡y lo que queda hasta el domingo!). Separatistas, podemitas y no pocos socialistas se han animado con un compendio de disparates que desembocan no sólo en la ficción sino en la irresponsabilidad. Esencialmente, porque en una convocatoria de masas, en una confrontación considerada de alto riesgo por la policía, todos los pasos que se den en aras de fomentar la tranquilidad, la concordia y la deportividad entre rivales son pocos. ¡Eso es prevenir!
Colau y Puigdemont son muy libres de acudir al palco del estadio o seguir el partidazo desde el sofá de su casa, animando con una bandera anticonstitucional. Pero dignificarían su cargo no usándolo para enredar y excitar los más bajos ánimos de la hinchada culé. Sí. Es mucho pedir.
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