España

Cultura y autonomías

Ahora que la crisis ha decretado que la cultura sirve para poco conviene recordar un hecho nada secundario: durante los últimos años la inversión en cultura ha supuesto una de las más eficaces estrategias de compensación territorial que se han llevado a cabo en España. Lejos de vitorear el discurso de demonización de las Comunidades Autónomas, bajo el argumento de que los proyectos culturales que se han puesto en marcha en los últimos tiempos constituyen ejercicios de megalomanía insostenibles, es imprescindible detenerse en una reflexión crucial: España inició su singladura democrática con un desequilibrio cultural desolador. Más allá de Madrid y de Barcelona, muy poco había que mereciese la pena. Si hay algo para lo que ha servido el Estado de las Autonomías ha sido para diseminar los epicentros de la experiencia cultural a lo largo y ancho del mapa peninsular. Lo que se ha conseguido en este periodo no es una expresión más del despilfarro autonómico, sino la condición natural de una sociedad madura y vertebrada a través de una diversidad cultural saludable. Gracias a esta multiplicación de centros de interés, España se ha convertido en un territorio que alienta la movilidad y, por ello, la riqueza. Y todavía más: el prestigio internacional que ha adquirido la cultura española se debe en gran parte a la consolidación del «anillo periférico» conformado por el atrevimiento e innovación de los proyectos autonómicos.

¿Cuál es el problema? ¿Acaso la iniciativa en sí o, por el contrario, la falta de una estructura de financiación de la cultura que se desarrollase a la par que la densidad de la oferta? Las complicaciones vienen de la ausencia de soluciones a esta segunda cuestión. Las grandes potencias europeas han estirado el mapa de atractivos culturales y asegurado su sostenibilidad mediante ambiciosos programas de incentivos fiscales que tornarán plausible tamaña extensión de actividades y experiencias. En España se ha fiado toda la fortuna del éxito cultural a la cuantía de la inversión pública, y, como ésta ha fallado, ponemos en entredicho el proyecto. No, ésa no es la reflexión. El proyecto es bueno, y lo que urge ahora es dotarlo de las herramientas imprescindibles para que él solo pueda asegurarse el futuro.