Enrique López

De nuevo la revolución

La Razón
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Ha terminado un año y comienza otro, y como siempre lo celebramos, tal cual festival atávico propio de un ser que es consciente del paso del tiempo, y de su propio destino, que es desaparecer. Este es el sino del hombre, pero siempre ha habido seres humanos que se han resistido a esta suerte humana y al inexorable paso del tiempo, e intentan imitar a aquel en el que no creen, y como consecuencia de ello quieren trasformar la sociedad a su imagen y semejanza. El fascismo y sobre todo el comunismo lo han intentado, y como decía Lenin –no hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa– , y lo aplicó, no podía esperar a que la sociedad entendiera su revolución, y por ello justificaba que los que no lo comprendían fueran eliminados, algo que su sucesor Iósif Stalin, convirtió en una obsesión, siendo responsable de millones muertes, una infinidad de exilios, y traslados forzosos de la población; pero como era de los que se denominan dictadores de izquierdas, nadie en el mundo ha intentado que se cree un tribunal para la investigación de este genocidio. Pero lo peor es que hay gente en la época actual que se declaran leninistas, justificando regímenes como los que llevaron a la muerte a millones de personas, y como consecuencia de ello, pretenden luchar contra las desigualdades y la injusticia, eso sí, intentado implantar su modelo de igualdad y de justicia, algo que genera cierto temor. Hace poco oía a uno de estos luchadores por eliminar la desigualdad comentar su currículo, destacando un doctorado en Nueva York, y me inspiró una valoración, ¡como todos los españoles! De lo que se olvidan los nuevos revolucionarios es que aquello por lo que luchaban sus predecesores, la justicia, la igualdad y la solidaridad ya está conseguido y asegurado por ley. Los que pagamos impuestos y los pagamos de verdad, no creando ficticias sociedades para enmascarar rentas de trabajo, estamos contribuyendo de forma casi única a que haya hospitales, escuelas, universidades, medios de trasporte, infraestructuras, etc., y por ello nadie nos puede dar lecciones de solidaridad, porque los somos todos los días, trabajando más de una tercera parte de nuestra jornada para los demás. Estamos orgullosos de ello, pero que nadie pretenda hacerse responsable de ello, porque además de injusto, es una gran mentira. El gran fracaso de la segunda república no sólo fue un golpe de estado, sino las razones que nos llevaron a semejante barbaridad, fue el cambio de demócratas como Indalecio Prieto o Julian Besteiro, por revolucionarios como Largo Caballero, Negrín o la Pasionaria, y todos sabemos a qué condujo su llegada a la política. En momentos como este no me queda más remedio que recordar a Ortega y Gasset, el cual se hallaba profundamente preocupado al ver a la República minada por el espíritu de facción, el exacerbado regionalismo, el exagerado anticlericalismo y la miope defensa de los privilegios por los reaccionarios que amenazaban con ahogar al nuevo régimen en su infancia. Pidió un «Estado integral, superior a todo partidismo» y un «partido de amplitud nacional», algo necesario en este crucial momento.