César Vidal

Deontología delictiva

Deontología delictiva
Deontología delictivalarazon

En otro tiempo, hace ya tanto que casi me parece otra vida, ejercí la abogacía. Duró aquella época de mi existencia una década larga y, aunque sólo perdí cuatro o cinco causas, no puede decirse que ganara dinero. Quizá todo quedó compensado por el hecho de que resultó especialmente fecunda a la hora de ayudarme a entender la naturaleza humana. Por aquel entonces me encontré con todo tipo de abogados. Los había buenos, malos y regulares. Existían los que aceptaban cualquier causa y los que, por ejemplo, habían decidido que nunca defenderían a un terrorista o a un violador. Sin embargo, con todas sus diferencias, existían comportamientos que ni los más encanallados se atrevían a cuestionar. Uno de ellos era el respeto a la confidencialidad relacionada con cualquier información que les hubiera proporcionado un cliente. Todos, hasta los más sinvergüenzas, sabían que el abogado es como un médico o un sacerdote y no puede revelar lo que sabe de alguien que es o fue su cliente. Precisamente por ello, no he podido reprimir el sentimiento de repulsión y horror que me provoca el contemplar a abogados que utilizan lo que saben de sus clientes en beneficio propio. El que un abogado que pasó por la política, que asesoró como defensor a su partido y que, tras no cobrar una minuta, decidió colaborar con el juez instructor en contra de sus antiguos defendidos constituye materia más que suficiente para percatarse de que hay algo que no funciona en la Administración de Justicia y no precisamente del lado de los jueces. Pero que, como ha aparecido recientemente en los medios de comunicación, un letrado, pariente de su representada, decida publicar material más que íntimo sobre la misma porque ésta decidió no valerse de su elevada posición para ayudarlo a eludir la acción de la justicia, constituye una indecencia que se resiste a la calificación. De seguir por ese camino, el día menos pensado un médico contará en los periódicos que trata de cáncer a un famoso, un psiquiatra dará el nombre del ministro al que intenta ayudar a superar la neurosis o un sacerdote aprovechará la homilía para ilustrar a la parroquia sobre los pecados sexuales de una señora sentada en la primera fila. Para los españoles es una verdadera desgracia contar con abogados de ese tipo. Sin embargo, para ellos, por lo visto hasta la fecha, resulta un privilegio residir en España. En Estados Unidos, los habrían expulsado del colegio de abogados para proceder, acto seguido, a su ingreso en prisión.