Alfonso Ussía
Doña Croqueta
Mientras las calles de Madrid florecen de detritus y suciedades, la titular del Ayuntamiento en el que no gobierna la titular, ha decidido imponer una tasa turística a los visitantes extranjeros. Cualquier medida para rebajar el interés turístico interesa al Gobierno municipal. La medida adoptada por nuestra nueva doña Croqueta no es original. Su creador no fue otro que Su Gracia el duque de Bedford, que precisaba de una inyección financiera para mantener su castillo en tierras de Surrey.
Bedford, brillante autor de una sola obra, «El Libro de los Snobs», abrió su castillo al público a cambio de cinco libras por visitante. Cinco libras del año 1950 era una cantidad más que respetable. Visitaban su gran mansión y sus esplendorosos parques y jardines, turistas de todo el mundo, en su mayoría norteamericanos. El negocio no iba mal, y Bedford, que era muy listo, superó las expectativas económicas creando un nuevo rango de visitante. El Visitante con Derecho a Saludo. La entrada del Visitante con Derecho a Saludo se tasó en 15 libras esterlinas. Y se estableció la categoría más cara al Visitante con Derecho a Saludo y Breve Charla con Su Gracia. Estos últimos abonaban al duque de Bedford 25 libras.
Los de 5 libras eran bien tratados. Pero ultimada la visita, el Guía los invitaba a subir al autobús y abandonar las estancias ducales. Los de 15 libras –tarjeta verde–, hacían serena cola y aguardaban que las puertas de la biblioteca del castillo se abrieran. Ahí, en el centro del culto recinto, formidable y altivo, se hallaba el duque de Bedford dispuesto a estrecharles las manos. «Encantada de saludarlo», «un placer, señora», era el más expresivo intercambio de palabras permitido. Finalmente los de 25 libras –tarjeta azul–, aguardaban en las puertas del gran salón. Cuando Bedford había saludado a los de 15 libras, se desplazaba de la biblioteca al salón, y allí recibía a los mejores clientes. Estos tenían el derecho de charlar brevemente con él. «Maravilloso castillo y preciosos jardines, señor duque». «Muchas gracias, ¿su nombre por favor?»; «Donald Di Montano, de Chicago». «Ah, Chicago, ciudad a la que amo profundamente». En ese momento, Donald Di Montano se emocionaba y se retrataba junto a Bedford. La fotografía no entraba en el precio y el duque las valoraba en siete libras, que le eran enviadas al día siguiente al hotel de los visitantes. Si éstos solicitaban dedicatoria manuscrita, el precio por cada copia ascendia a 15 libras. Ignoraban los ingenuos que el firmante no era Bedford, sino su secretario particular, el señor Dickynson-Penn, con veintiocho años al servicio del ducado de Bedford. De esta manera, el duque no sólo consiguió los fondos monetarios para mantener su propiedad y pagar los impuestos –con Montoro hubiera sido imposible–, sino que adquirió un «Bentley» para hacerle más placentero el traslado de Londres a su grandiosa propiedad rural.
Propongo a la titular del Ayuntamiento de Madrid que proceda a imitar al duque de Bedford y se olvide de imponer a los turistas una tasa por pernoctar en Madrid. Se organizarían visitas guiadas al Ayuntamiento por 6 euros. Como el Ayuntamiento tiene muy poco que enseñar –no así el viejo y bellísimo palacio de la Plaza de la Villa–, podría establecerse una categoría «B» –10 euros–, con derecho a saludo a la titular. Y un rango «C» a quienes se muestren deseosos de conversar y cambiar impresiones con la titular del Ayuntamiento. En tal caso, la tasa aumentaría hasta los 20 euros.
Y si los visitantes, siempre exigentes, se manifestaran defraudados porque la titular no los ha recibido vestido de Doña Croqueta, la titular se cambiaría inmediatamente a cambio de charlar con ellos amablemente y vestida de esa guisa, que es la habitual en ella, a cambio de 50 euros adicionales. Se deja en paz a los turistas, que tan necesarios son para la economía y el prestigio internacional de Madrid, al tiempo que su ayuntamiento se ahoga en billetes de 50 euros correspondientes al gozo que produce charlar con Doña Croqueta.
No se trata de una propuesta. Simplemente de una idea, que bien desarrollada, puede dar mucho de sí.
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