Ángela Vallvey

Duelos y quebrantos

Mi vecina Marilarva está que trina en arameo con eso de las tarjetas «black». Para quien no sepa inglés: un dinerillo suelto, que no cuenta en las cuentas, que los exconsejeros de Bankia tenían «derecho» a disfrutar. Marilarva, que ha tenido que hipotecar su casa para pagar los urgentísimos reclamos y amenazas de Hacienda, está indignada. Ella, que forma parte de esa clase media-baja tirando a bajuna en la que nos estamos convirtiendo todos, dice que su única munición es su voto, y que lo va a «disparar» en cuanto abran las urnas. Su enojo resulta curioso porque es fama que el españolito no suele –o no solía, hasta ahora– enfadarse demasiado por los escándalos de corrupción política. Ante hechos puntuales de corrupción, como mucho había un cabreo generalizado que bajaba como la espuma en cuanto se dejaba de hablar del tema, y se quedaba en nada a la hora de votar. Porque el españolito siempre ha votado «a los suyos»; o bien se ha abstenido por desencanto o por desarraigado: ese sentimiento huérfano de no pertenencia ni la izquierda ni a la derecha. A las personas nos cuesta mucho cambiar de opinión, además. Incluso cuando los hechos demuestran que debemos cuestionarnos nuestras creencias.

Mi vecina está escandalizada por eso de la cuenta de «quebrantos» donde se anotaban los excesos de los «políticonsejeros». Un quebranto es decaimiento, desaliento y falta de fuerza, como dice la RAE. Pero también «indemnización o gratificación concedida a los habilitados, cajeros o pagadores de las oficinas». Mientras «duelo» significa dolor, lástima, aflicción... Propone mi vecina que a partir de ahora, «duelos y quebrantos» no sea el nombre de una fritada, sino del Estado de la Nación: los quebrantos para quienes manejen y malgobiernen las Españas, y los duelos para los que sostenemos al Estado con nuestro sudor.