Los puntos sobre las íes

A Begoña no la salva ni la caridad

Le atribuyen prevaricación, malversación, intrusismo, tráfico de influencias y apropiación indebida

Nuestro mayoritario mainstream mediático zurdo nos intenta meter con fórceps el cuento chino ese de que lo de Begoña Gómez es un comportamiento poco estético pero en absoluto delictivo. En resumidas cuentas, que lo que ha hecho la mujer de su César –el que paga, manda– es similar a lo de esos canaperos que se cuelan en bodas, bautizos y comuniones para ponerse tibios de jabugo y jartarse de johnniewalkers. Indecoroso pero no punible. O como lo de esos otros jetas que se llevan el albornoz del hotel por su santa patilla. Sencillamente, delirante. En honor a la verdad hay que admitir que, aunque seguramente no vencerán, son unos cracks en el arte de convencer a la opinión pública. Claro que con buen taladro, bien se agujerea: gobierne PP, lo haga el PSOE, siempre disponen de más dinero que sus rivales liberales gracias a la publicidad institucional. No es ocioso subrayar otra obviedad no precisamente baladí: funcionan todos a una, como el mismísimo Ejército soviético. Nada que ver con nuestra derecha política, mediática y financiera, compulsivamente masoquista, tontita y acomplejada. En el caso que nos ocupa actúan coordinadísimamente pero con argumentos ciertamente pueriles, que recuerdan a los de aquellos padres que se quejaban de que todos los profesores tenían tirria a su hijo olvidando que era un delincuente en ciernes. Cuando un juez se atreve a imputar a toda una mujercísima del presidente del Gobierno y ni más ni menos que por cinco delitos resulta obligado colegir que hay chicha. Más que nada, porque se juega un posible efecto bumerán en forma de condena por prevaricación y linchamiento masivo. Podríamos sospechar si estuviéramos ante un solo ilícito penal pero no cuando van ya por cinco, otorgando a nuestra protagonista la condición de (presunta) pentadelincuente. Tampoco resulta un detalle menor que la Audiencia de Madrid haya avalado la mayor parte de los pasos que ha dado el instructor, Juan Carlos Peinado, en medio de una implacable campaña de injurias y calumnias que recuerda peligrosamente a las que padecieron los magistrados decentes venezolanos antes de que el narcodictador Hugo Chávez asaltase el poder judicial. A Begoña Gómez le atribuyen prevaricación, malversación, intrusismo, tráfico de influencias y apropiación indebida, que en su banda más alta conllevarían en conjunto 17 años de cárcel. Lo de la malversación es de cajón: el dinero del contribuyente sí está, naturalmente, para que la consorte del primer ministro disponga de un asistente que maneje su agenda pública pero no para que le ayude en sus negocietes particulares. Si quiere una secretaria para hacer business que se la pague de su bolsillito. De Primero de Derecho Penal. El tráfico de influencias está probado más allá de toda duda razonable: firmó cartas de recomendación a su socio Barrabés para que le dieran contratos públicos. Y al conseguidor oscense no le han caído 25.000 euros sino 25 millonazos. Lograr que no la condenen por poner a su nombre un software de la Complutense, esto es, por robar, sólo será posible si el santo milennial Carlo Acutis intercede por ella. Algo complicado, por otra parte, porque es atea hasta decir basta. El miércoles volvió a demostrar que no tiene la conciencia tranquila: ¿si no has hecho nada, por qué sólo contestas a tu abogado, ninguneando a su señoría, al fiscal y a las acusaciones populares? El procesamiento y la condena por varios delitos de la mártir hija del proxeneta están cantados. Los hechos son impepinables. A cualquier hijo de vecino en su misma situación no lo salvaría ni la caridad. Pongo punto y final con una humilde pregunta: ¿a David Sánchez también le tienen manía?