Alfonso Merlos
Dureza y proporción
Los mecanismos excepcionales para salvaguardar el imperio de la ley no pueden ni deben esgrimirse de forma recurrente. Perderían valor y fuelle, y se desnaturalizarían. Es lo que sucede con el artículo 155. Y ésa es la lectura adecuada que hace el Partido Popular –al menos en este momento procesal–, dadas las derivadas jurídicas y políticas de su aplicación.
Es una herramienta contemplada por los padres de la Constitución precisamente para proteger mejor nuestros derechos fundamentales y las libertades que en su ejercicio nos igualan como españoles, y para ponernos a salvo de las acciones de gobiernos regionales con tentaciones despóticas. Es una bala de plata, la última. Necesaria eventualmente, pero cuyo recurso implica el reconocimiento de un fracaso: el de la convivencia.
Nadie podrá acusar a García Albiol de ser un candidato timorato o pusilánime. Y precisamente por eso adquiere más calibre su vaticinio. Dureza frente a la amenaza de secesión y sedición, toda. Implacablemente. Pero proporción, también. Y tiene sentido poner de relieve que el Estado de Derecho, por ejemplo desde el ámbito parlamentario, está dotado de una amplia gama de mecanismos para abortar planes retrógrados, caóticos y alucinantes. Los liderados ahora por una cuadrilla de politicastros, artistas y futbolistas.
Cuando una persona o una organización tiene claros los principios éticos rectores de sus acciones lo último que se le ocurre es caer en las zafias provocaciones del adversario. Es aquí la almendra. Porque los separatistas más cavernarios y carpetovetónicos sueñan con un PP cuyos dirigentes se pasasen las 24 horas del día agitando el espantajo de la suspensión de Autonomía a Cataluña. No está ocurriendo. Los separatistas ya están atrapados y serán en breve tragados por unas arenas movedizas a las que han penosamente desafiado.
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