Julián Redondo
Eclipse de estrellas
Celebró Messi el segundo gol de Argentina como si se hubiera liberado de la carga de todo un país, incluidos los 3.600 millones de indemnización a Repsol por esas cosas de Cristina F. Kirchner. Aún recuerdan en el Barça los festejos desgarrados de Leo, y los añoran. En el Mundial, la estrella ha vuelto para mayor gloria de la Albiceleste, que con juego racheado y sin patrón definido mantuvo un duelo equilibrado con Bosnia; en Barcelona le esperan. Desean verlo recuperado, ambicioso, alegre, disfrutando del oficio, no con esa cara de vinagre que ha exhibido este último curso vestido de azulgrana y que no deja de ser un misterio.
La Copa del Mundo es para que los futbolistas excepcionales ostenten sus cualidades, sin reservas ni recato, con descaro, como esos goles que celebra Cristiano Ronaldo con la espontaneidad de quien vive cada momento, no con el fetichismo, el mercantilismo y la estulticia de su «topless» por marcar el 4-1 al Atlético en la final de la Liga de Campeones cuando el adversario estaba hecho papilla y el árbitro a punto de pitar.
Las estrellas del fútbol, los jugadores excepcionales, no son guadianas, y, aunque en ocasiones baje su rendimiento, es en las grandes citas donde no se permiten un lapsus. Fuerzan la máquina, no hay dolor, sólo el momento. Benzema apareció con Francia; Messi, con Argentina; Neymar, con Brasil; Robben, con Holanda... Y en el caso de los españoles, cuyo equipo es la constelación de los últimos seis años, sufrieron un eclipse histórico y total. Hay futbolistas colosales en la Roja; por ejemplo, Iniesta, que no es como los demás porque se mueve en la órbita de Cristiano, Messi y Neymar. E Iniesta no ha dicho la última palabra; tampoco el equipo. Es lo que tienen los cracks, ¿verdad, Messi?
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