Historia

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Eco que llega del este

La Razón
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«El primer paso que hizo posible todo lo demás –dice José Ángel Ruiz Jiménez en «Y llegó la barbarie», su reciente ensayo sobre la destrucción de Yugoslavia– fue fomentar una interpretación victimista de la historia de la nación». Luego, añade, vendría la efervescencia del independentismo, exaltado en los medios de comunicación nacionalistas, mostrando sus presuntas virtudes para alcanzar el bienestar de los ciudadanos. Tras ella, llegaría la multiplicación de los adeptos a la causa, la adhesión de los intelectuales en busca de complacencia y de generosas gratificaciones para sus escritos, y más adelante la afiliación de todo tipo de oportunistas en busca de lucro y de poder. Todos ellos participaron en la siembra pacífica de los recelos, la desconfianza sobre los otros, las invenciones de agravios, el odio a los distintos –cultivando con esmero lo que Michael Ignatieff designó como el narcisismo de la pequeña diferencia– y, finalmente, la identificación y la deshumanización de los enemigos. Los que todavía pensaban que Yugoslavia debía permanecer unida fueron desprestigiados, postergados e incluso liquidados. En tal ambiente, advierte Ruiz Jiménez, fueron los referéndums los que otorgaron legitimidad democrática a quienes propugnaban los proyectos separatistas. Y concluye: «Aunque nadie quería la guerra, [...] la espiral de violencia, venganzas y, sobre todo, miedo hizo que muchos descubrieran su lado más oscuro, embarcándose en un viaje colectivo al corazón de las tinieblas».

Es difícil no encontrar, en este eco que, pasados los años sin que aún se hayan restañado todos sus estragos, nos llega desde el este de Europa, un espejo en el que se reflejan los acontecimientos que han ido dando lugar en Cataluña al auge del independentismo. Gran parte de los elementos que, con la paciencia y precisión del entomólogo, ha reunido el profesor Ruiz Jiménez en su libro para dar cuenta de las últimas guerras balcánicas y entender lo que pasó allí pueden ser abstraídos a fin de colocar sobre ellos la trayectoria reciente del nacionalismo catalán, a partir del momento en el que éste encuentra en la ruptura con España la vía por la cual dar salida a su propia decadencia. La secesión se ha instalado ya en la política catalana como el inevitable proceso que restaurará el sentido de la nación, incluso aunque quienes la propugnan se saben en minoría frente a una población que, aunque no comulga con ella, carece de la capacidad y de la voluntad suficientes como para expresar su desacuerdo. Al fin y al cabo, se dicen algunos, desde Madrid van a impedirlo, mientras que los demás consideran que el asunto no va con ellos. La debilidad de la sociedad civil entre estos catalanes apartados del nacionalismo es manifiesta y constituye, seguramente, el factor decisivo que impide frenar el empuje independentista. Pero no por ello podemos desconocer que las semillas de la contienda están ya sembradas, pues como dejó escrito el historiador serbio Milorad Ekmecic: «El nacionalismo empieza con épicas canciones populares, con Hansel y Gretel y termina con el monstruo de Frankenstein».