Lucas Haurie

El caballo de Espartero

Doña Mercedes Alaya, excusen la malsonancia, tiene dos cojones como dos peras de agua. Juez de actuaciones discutibles y procederes sinuosos, se ha constituido en la única oposición digna de tal nombre al régimen que expolia a los andaluces desde hace tres décadas. Hace mucho más que justicia desde el juzgado, sí, porque sus instrucciones se ajustan al primer axioma de la «realpolitik»: Dios escribe derecho con renglones torcidos. Con el PP regional acochinado detrás del burladero y sus potenciales candidatos a la presidencia de la Junta escondidos bajo las faldas de Cospedal, la magistrada recibió ayer al nuevo/viejísimo gobierno autonómico a porta gayola, armada con uno de sus celebérrimos autos-bomba. Ha merecido la pena sólo por verle la cara descompuestita al mastín De Llera. El valor se le supone, estamos de acuerdo, pero roza la inconsciencia este gesto justo cuando los dos partidos mayoritarios pergeñan en el Congreso un pacto para tapar todas sus corrupciones y el mismo día en el que a otro héroe de los estrados, el cordobés José Castro, se le acosa desde la prensa con maneras de Al Capone y terminará despertándose junto a una cabeza de caballo. Ambos, y también Ruz, se enfrentan al mismo enemigo: el poder en su versión fascista, global, ése que antepone los conceptos de «idea» o «casta» a los de «ciudadano» o «ley» y que lleva tres siglos intentando enterrar a Montesquieu. Los imputados de todos los colores saldrán del trance incólumes. Sus juzgadores, escaldados. En esta nación podrida siempre ganan los malos. Pero qué huevos, doña Mercedes, qué huevos.