Luis Alejandre

El canal que puede ser

Para quienes hemos vivido en Nicaragua –lo que equivale a decir que la queremos– la noticia de que se reabre el proyecto de apertura de un canal entre el Caribe y el Pacífico nos alegra. La concesión a un grupo chino con sede en Hong Kong, recientemente aprobada por el Parlamento de Managua, representaría una inversión de 40.000 millones de dólares, cuatro veces lo que representa el PIB del país. No hace falta precisar los beneficios que representaría. Tampoco deben extrañar las reacciones que pueden llegar del Canal de Panamá.

Colón no fue consciente de la existencia de un nuevo océano, el Pacífico. Pero sí lo fue Felipe II en la segunda mitad del siglo XVI, que ya buscó vías de comunicación con el Virreinato de Perú y con las Filipinas. Se pensó en el istmo de Tehuantepec, hoy México, en Nueva Granada –hoy Panamá– y en la propia Nicaragua.

Pero no sería hasta mediados del XIX cuando se desarrollaron proyectos técnicamente asumibles. Panamá ofrecía un terreno más angosto. Nicaragua ofrecía un mejor clima y la posibilidad de utilizar su excepcional red hidrográfica. Para el lector, no necesariamente conocedor, resumiremos que el proyecto tiene como centro el Lago Nicaragua (8.000 Kms cuadrados, 32 metros sobre el nivel del mar) que «desagüa» en el Atlántico a través de los 190 Kms del río San Juan, la puerta de entrada de los conquistadores españoles y de cuantos exploradores, piratas y comerciantes penetraron en Nicaragua. A medio camino de su curso, un castillo español –el de la Concepción– custodiaba su paso. Un joven Nelson y muchos otros invasores fueron derrotados ante sus muros. Por el oeste, en cambio, el Lago se ve cerrado por el istmo de Rivas, de 30 a 40 millas de ancho y que habrá que franquear para acceder al Pacífico.

Ya en 1849 se creaba la American Atlantic and Pacific Ship Canal Company, apoyada en un exclusivo acuerdo entre Nicaragua y EE UU al que se opuso Gran Bretaña, que exigió (Tratado Clayton-Bulwer) compartir su posible uso, a cambio de retirarse de la ciudad de San Juan y abandonar el protectorado que ejercía sobre la Mosquitia, en la denominada Costa Atlántica nicaragüense.

Entre 1850-1851, el coronel Childs redactó un primer proyecto que sirvió de base a otros trabajos del Comodoro Lull (1872-1873) y sobre todo a los del ingeniero de la armada norteamericana Aniceto Garcia Berrocal, un hombre nacido en nuestra Cuba, considerado uno de los mejores expertos del mundo en temas de canalización. A un coste de 50 millones de dólares, Berrocal preveía varias represas y 7 esclusas. Ya incluía el sustituir por un canal el último tramo del río San Juan debido a la excesiva sedimentación de su lecho en la época de lluvias. A punto de estallar la guerra con España, una expedición encabezada por el almirante Walker, con 100 ingenieros y el respaldo de la Navy, llegó a Nicaragua en 1897 para desarrollar el proyecto. El presupuesto se elevaba a 118 millones, se diseñaban 10 esclusas, una gran represa en el río San Juan, más un ferrocarril de 100 millas que facilitaría las obras.

Mientras, Francia se les adelantó encomendando el proyecto de un canal en Panamá a Fernando Lesseps, que ya había construido el de Suez entre 1859 y 1869. En el istmo panameño se contaba con un ferrocarril transoceánico inaugurado en 1855. Los trabajos comenzaron a buen ritmo pero a costa de grandes sacrificios humanos. Se calcula en 20.000 los hombres que murieron a consecuencia de enfermedades tropicales. Este trágico dato y las consecuencias de la crisis provocada por la derrota francesa ante Prusia en la guerra de 1870, hicieron fracasar el proyecto, que se abandonaría en 1880.

Otra guerra, la hispano-norteamericana de 1898, aconsejó reabrirlo. Y llegó de la mano de dos personajes: Theodore Roosvelt, que antes de ser presidente fue viceministro de Marina, y del almirante Mahan, un reconocido estratega que relacionó el poder de un país con su potencial naval. Su obra «La influencia del poder marítimo en la Historia» es un clásico en todos los centros de estudios navales. Aunque llegó a tiempo para el combate de Santiago de Cuba, el acorazado «Oregon» tardó 67 días en incorporase al Caribe desde su base de San Francisco. Con un canal hubieran bastado tres semanas. Pudo ser esencial. Aprendieron la lección.

No se había abandonado la ruta nicaragüense, pero la elección de Panamá era clara. Roosvelt contó con los servicios de un buen politécnico francés, que ya trabajó con Lesseps (Bunau- Varilla) y resolvió los plazos de concesión del Gobierno colombiano, que expiraban en 1903, «apoyando» –muy al estilo «yankee»– una revolución interna que independizó Panamá de Colombia.

Lo demás es historia. Panamá se abriría en 1914 a punto de comenzar otra guerra, la Primera Guerra Mundial. Para Nicaragua quedaba «el canal que no fue». Hoy, puede convertirse en el «canal que puede ser».