
José María Marco
El compromiso católico
La presencia de centenares de miles de personas en la playa de Copacabana durante la Jornada Mundial de la Juventud ha llamado la atención de mucha gente, sobre todo en los países europeos. Lo mismo ocurrió cuando la JMJ se celebró en Madrid hace dos años. Probablemente, la JMJ de Río no ha contado con una organización tan sobresaliente como la de aquí. Aun así, la calidad –es decir, la fe– de los participantes lo ha suplido todo, como se comprobó en el escenario gigantesco e improvisado de Copacabana.
Si la capacidad de convocatoria de la Iglesia católica, y ahora la del papa Francisco, sigue sorprendiendo, es porque en Occidente todavía no hemos despejado la incógnita que plantea la secularización de nuestras sociedades. Evidentemente, la secularización no es un proceso del pasado: vivimos y seguiremos viviendo en sociedades secularizadas. Ahora bien, como demuestran las Jornadas Mundiales de la Juventud, estamos protagonizando un proceso por el cual esa misma secularización queda situada en su propio espacio: el espacio de la política, y el que sirve de fundamento a la tolerancia y a la libertad religiosa. En el espacio privado y en todo lo que, siendo público, no es necesariamente político, la religión está tan viva o más que antes.
El propio papa Francisco lo ha dicho muy bien, al hacer la defensa del Estado no confesional, otro hecho que ha sorprendido, mientras apelaba al compromiso de los católicos mediante esa expresión memorable en la que llamó a los jóvenes a dejar atrás el «balconeo». Lo que el Papa propone como modelo para la Iglesia católica no es sólo austeridad para nosotros mismos y caridad hacia cualquier persona en desamparo o, dicho más sencillamente, con una frase que viene de la ley judaica, hacia el prójimo. También está proponiendo una actitud de alejamiento del poder político.
Se trata de una paradoja. La religión está, y no puede dejar de estar, en el origen de la vida social o política. Al mismo tiempo –y esto es particularmente crítico en el cristianismo– no alcanza sus propios objetivos, incluido el de fundamentar el bien público, si no es mediante un compromiso propio. Este compromiso es ajeno a la acción política, con la que debe dialogar sin identificaciones. El papa Francisco continúa la línea que viene del Concilio Vaticano II y da un nuevo paso que pone a los creyentes y a las jerarquías eclesiásticas en un trance de renovación cada vez más próximo a la raíz misma del catolicismo.
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